Hegel y Freud
Al parecer, Hegel y Freud no tienen nada en común; hay de todo
para oponerlos. Por un lado: el filósofo especulativo del espíritu absoluto
cuyo sistema engloba todas las esferas del ser –lógica, naturaleza y espíritu-
y que es considerado el más oscuro y difícil de toda la gran tradición
filosófica; por otro lado: un hombre de formación médica, un terapeuta que en
toda su obra tomó la práctica clínica como su guía y que sólo gradualmente
extendió algunas percepciones psicológicas a círculos más amplios de la
cultura, la civilización y la historia. Por un lado: no sólo un filósofo, sino
el filósofo por excelencia, el ejemplo paradigmático de un filósofo que ha
logrado encapsular en su sistema todos los temas y realizaciones de la
tradición metafísica; por otro lado: un hombre de ciencias naturales que se
oponía categóricamente a la filosofía como tal e incluso veía los intentos de
convertir al psicoanálisis en una nueva corriente filosófica como uno de los
mayores peligros de su disciplina. Por un lado: no sólo un alemán, sino
aparentemente un alemán por excelencia, un modelo del espíritu alemán, o
incluso el filósofo prusiano del Estado, como dice el adagio; por otro lado: un
judío que ya en su juventud experimentó la presión del antisemitismo y que, a
pesar de su fama, vivió sus últimos días en el exilio, sus libros fueron
quemados por un régimen que, irónicamente, evocaba a Hegel. Y finalmente, por
un lado el filósofo que más que nadie en la historia de la filosofía confió en
la razón, los conceptos y el conocimiento; por otro lado, alguien que más que
nadie en la historia enseñó que algo escapa a esos poderes o presenta una
fisura en esos poderes –esta fisura forma el objeto mismo del psicoanálisis, de
entidades como el inconsciente y las pulsiones.
En este último punto hay algo que extrañamente conecta a Hegel y Freud.
Ambos están en un exceso, de tal manera que cuando uno invoca sus nombres la
temperatura sube, parece que no hay manera de hablar de uno u otro desde el
punto de vista del conocimiento neutral, objetivo e imparcial, de asignarles un
lugar justo en la galería de las grandes mentes, como si ambos, aunque por
razones opuestas, representaran algo que el conocimiento establecido -lo que
Lacan llamaba económicamente el discurso universitario- no puede tragar del
todo. Ambos tienden a producir seguidores fervientes o enemigos igualmente
fervientes; todavía conservan la capacidad de provocar pasiones, aunque la
naturaleza de sus excesos es opuesta. Hegel, el profesor universitario clásico
si alguna vez existió uno, con un exceso de conocimiento mejor personificado
por su afirmación del conocimiento absoluto - el momento en que una forma de
conocimiento pone en juego una afirmación del conocimiento absoluto es un punto
neurálgico que ningún discurso universitario puede digerir si quiere conservar
su postura de neutralidad y objetividad. Freud, con la afirmación contraria a
una verdad errante sin garantía y sin la verificación habitual, que le niega
credenciales académicas. En resumen, el conocimiento absoluto y el
inconsciente, dos límites del conocimiento, el superior y el inferior -por un
lado, el conocimiento que se esfuerza por sobrepasar sus límites por su
reivindicación del absoluto; por otro lado, un agujero en el conocimiento, un
deslizamiento del conocimiento donde los deseos, pulsiones, síntomas y
fantasías comienzan a filtrarse. Si el conocimiento absoluto y el inconsciente
todavía funcionan como excesos insustituibles, ¿cuál podría ser su vínculo?
Tal vez uno podría decir, prima
facie, que lo que Hegel y Freud tienen en común es que ambos juran por la
ciencia. Para Hegel, uno no necesita mirar lejos: publicó su primer libro, La
Fenomenología del Espíritu, como la primera parte de una obra más general
titulada Sistema de la Ciencia; su segundo libro se llama Ciencia de la Lógica;
su tercer libro Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas. Así que
"ciencia" es visiblemente su palabra maestra. Hay una tesis en esto:
toda ciencia digna de su nombre debe tener un fundamento filosófico, y toda
filosofía digna de su nombre debe plantear la pretensión de la ciencia, de modo
que en última instancia, la filosofía y la ciencia deben coincidir en
sinonimia. Para Freud, la ciencia que persigue no debe convertirse en filosofía
y sólo podrá mantener sus reivindicaciones científicas si se mantiene al margen
de la filosofía. Se veía a sí mismo enfáticamente como un hombre de ciencia,
pero de una ciencia tan lejana como podría ser de la noción de ciencia de
Hegel.
Sus actitudes hacia la ciencia pueden ilustrarse con dos dichos
anecdóticos. Hegel mantuvo notoriamente que si los hechos contradicen la
teoría, entonces "um so schlimmer
für die Fakten" - tanto peor para los hechos. Esto puede considerarse
indicativo de la arrogancia primordial de una filosofía que no toma en cuenta
tales trivialidades como los datos empíricos. Pero para Hegel, los hechos no
pueden contradecir la teoría no debido a su naturaleza inferior, sino porque
son siempre hechos solamente si son tomados por un concepto; un hecho puede
adquirir la dignidad de un hecho sólo en virtud de un concepto que lo haya
seleccionado y representado como relevante, de manera que no haya un terreno
común donde los hechos y los conceptos puedan encontrarse, ninguna interfaz
entre los dos, y si hay una confrontación es sólo entre conceptos y conceptos. La
postura de Freud está epitomizada en un dicho de su mentor en asuntos
psiquiátricos, Charcot: "la théorie,
c' est bon, mais ça n' empêche pas d' exister", o la teoría está bien,
pero eso no impide que algo exista. Así que algo existe a pesar de la teoría,
se afirma obstinadamente frente al concepto; la postura sería: no ceder a lo
que se presenta y se representa a sí mismo a pesar de la base de las teorías
recibidas (incluidas las de Freud, porque no tenía reparos en poner en peligro
sus propias teorías si algo seguía existiendo a pesar de ellas), sea tan leve
como un deslizamiento de la lengua o tan intrusivo como los traumas y los síntomas.
¿Y qué es el inconsciente sino algo que se manifiesta a pesar de todas las
teorías espontáneas que enmarcan nuestra comprensión? ¿Qué es, por ejemplo, la
pulsión de muerte, sino un impulso de pura insistencia que nunca puede ser
anclado a los hechos? Pero, ¿cómo se puede hacer una teoría de lo que existe a
pesar de la teoría, de lo que es recalcitrante a la teoría? ¿Qué tipo de
universalidad se puede construir sobre la base de esta factualidad endeble y
desvanecedora, algo que se desvanece en el momento en que se produce?
Hay una trayectoria opuesta a seguir: Hegel se coloca a sí mismo
en el reino de la universalidad desde el principio, pero esta universalidad
inicial sólo puede ser un vacío que inmediatamente tiene que perderse a sí
mismo, tiene que pasar a su otro si va a ser universal del todo, tiene que
adherirse y abarcar toda la factualidad en su propio movimiento de devenir-otro-de-sí
(Sichanderswerden), y sólo puede ser
un concepto si tiene el poder de aprehender plenamente a su otro, es decir, por
el proceso de su mediación; no hay ningún concepto fuera de su mediación con su
otro. Por otra parte, Freud se coloca en las grietas de la universalidad, sus
peculiaridades, algo que no puede abarcar con ningún esfuerzo conceptual, pero
que no está fuera del concepto sino que es más bien su borde interno. Hay que
mantener la postura de la ciencia para llegar a ella, pero se requiere un
esfuerzo adicional para extender la empresa de la ciencia galilea a grietas tan
pequeñas como los sueños, los lapsus y los chistes. ¿Puede haber una ciencia
galilea de estas pequeñas cosas? Para llegar a una universalidad desde esa
posición se demanda un esfuerzo especulativo no menor que el de Hegel.
Hegel y Freud no tienen ninguna medida común, sin embargo, hay un
punto de encuentro contingente. Hay cerca de media docena de retratos
existentes de Hegel, que lo representan en varias edades. Todos ellos son bien
conocidos, y hacen lo que se suponía que debían hacer los retratos: presentan
su imagen pública, en las posturas algo rígidas que inevitablemente se asume
cuando se está en la mirada pública. Todos excepto uno, es decir, una excepción
notable: la litografía de Ludwig Sebbers, que muestra a Hegel en casa, sentado
en su escritorio, usando una bata y algo así como un gorro de dormir. Se trata
de una imagen muy llamativa debido a la irónica discrepancia, sin duda
intencionada, entre las reivindicaciones masivas de este filósofo del
mundo-espíritu universal y su atuendo hogareño. Con esta imagen en mente fue que Heinrich Heine escribió
(a finales de 1820, cuando Hegel todavía vivía) los que, sin duda, son
los mejores versos dedicados a Hegel; no había mucha competencia en esto,
porque Hegel no inspiró del todo a la poesía.
¡Qué fragmentarios el mundo y la vida!
He de consultar a un profesor alemán
que sepa recomponer la existencia,
haciendo de ella un sistema racional.
Con su gorro de noche y su bata andrajosa
tapará las grietas del universo.
He de consultar a un profesor alemán
que sepa recomponer la existencia,
haciendo de ella un sistema racional.
Con su gorro de noche y su bata andrajosa
tapará las grietas del universo.
Heinrich Heine: El Retorno (1823-1824)
Heine, un poco dividido entre su afecto por Hegel y sus agudas
críticas, produjo un cortocircuito entre el sistema racional de la filosofía de
Hegel, reputado por ser capaz de poner la vida en orden racional y
proporcionarle sentido, y la vestimenta particular, trivial, privada de
Hegel, muy distinta de los conceptos, pero cuyo material provisional se pone
sin embargo al uso filosófico; aún más: su misión secreta es mantener unido el
edificio filosófico llenando sus grietas. La conclusión es que la bata puede
figurar como la verdad secreta del sistema, o incluso que hay una ecuación
entre los dos, en una parodia del juicio infinito hegeliano: Hegel sostuvo que
"el espíritu es un hueso", yuxtaponiendo así dos entidades a la
distancia máxima sin ninguna medida común. Se podría decir, siguiendo a Heine,
"el espíritu es un gorro de dormir".
Freud era extremadamente aficionado a Heine y no perdió ninguna
oportunidad de citar alguna línea o ingenio suyo en su propio trabajo. Le
gustaban particularmente los dos últimos versos del mismo poema, aunque nunca
los refirió a Hegel en particular, sino sólo a la filosofía en general. En Nuevas
Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1932), al debatir la cuestión de
la Weltanschauung, "la
cosmovisión", sosteniendo que el psicoanálisis no puede presentar una
visión del mundo y que la filosofía no puede escapar a ser una, Freud dice lo
siguiente:
La
filosofía no es opuesta a la ciencia, ella misma se comporta como una ciencia;
en parte trabaja con iguales métodos, pero se distancia de ella en tanto se
aferra a la ilusión de poder brindar una imagen del universo coherente y sin
lagunas, imagen que, no obstante, por fuerza se resquebraja con cada nuevo
progreso de nuestro saber. Desde el punto de vista del método, yerra
sobrestimando el valor cognitivo de nuestras operaciones lógicas y, tal vez,
admitiendo otras fuentes del saber, como la intuición. Hartas veces no nos parece
injustificada la burla del poeta (H. Heine), cuando dice acerca del filósofo:
«Con sus gorros de dormir y jirones de su bata tapona los agujeros del edificio
universal».
¿Así que el filósofo -y Hegel, como el filósofo arquetípico, es el
objetivo, aunque Freud no era consciente de ello- hace dos cosas que
aparentemente son opuestas pero que en realidad se apoyan entre sí: sobreestima
la lógica y la epistemología, confía en las operaciones de la razón y el
conocimiento, tiene confianza excesiva y auto-delusiva en su poder, y por otro
lado remacha las grietas de este edificio con los medios a su alcance, con lo
trivial, lo casero, literalmente con los tapones, los residuos improvisados
-los objetos parciales?
Freud usa las mismas líneas de Heine en La Interpretación de los
Sueños (1900), también, de una manera muy diferente pero también muy
reveladora. La discusión aquí se refiere a un punto delicado en la teoría de
los sueños, lo que Freud llama die
sekundäre Bearbeitung, la elaboración secundaria. El sueño avanza de forma
aleatoria de un elemento a otro (esto es lo que para Freud constituye el
proceso primario), es toda un mezcolanza, pero a medida que el sueño avanza
continúa revisándose a sí mismo, sigue intentando encajar en una narrativa los
elementos que han surgido, en una secuencia dotada con algo de lógica y sentido.
La paradoja es que esto sucede mientras se sueña, como parte del trabajo del
sueño en sí mismo, para que nunca nos enfrentemos a un sueño puro y simple,
sino a una versión que "siempre" ha sido revisada, sometida a ajustes
y modificaciones secundarias dentro del mismo sueño. La interpretación ocurre
durante el sueño, por parte del sueño, antes de cualquier interpretación
consciente. Los sueños (algunos, no todos) "se podría decir que ya han sido
interpretados una vez, antes de ser sometidos a la interpretación
despierta". Aquí es donde Freud incluye las líneas de Heine:
Esta
función procede, en efecto, como maliciosamente afirma el poeta que proceden
los filósofos; esto es tapando con sus piezas y remiendos las soluciones de
continuidad del edificio del sueño. Consecuencia de esta labor es que el sueño
pierde su primitivo aspecto absurdo e incoherente y se aproxima a la contextura
de un suceso racional.
Hay un filósofo inconsciente que se esconde en medio del sueño, el
filósofo soñador que yace en el proceso primario, convirtiendo lo primario en
lo secundario; y, para decirlo brevemente, no hay proceso secundario sin el proceso primario. El inconsciente no aleado, el inconsciente virgen, nunca se
presenta como tal, "en persona", sus vacíos e inconsistencias son
siempre más bien al menos parcialmente rellenados y hechos presentables. Sin
embargo, el filósofo inconsciente, deteniendo las brechas y dando sentido, es
usualmente menos exitoso que su contraparte consciente. El filósofo
inconsciente es un mal filósofo que no logra encubrir sus rastros, siempre se
le escapa el gato del saco, al menos una parte del gato. La revisión secundaria
nunca puede cubrir del todo las marcas y vestigios del proceso primario -y si
en algunos casos muy raros lo hace, si logra llegar a una narrativa "sin
fallas lógicas y razonables", entonces Freud nos dice que esos son los
casos más difíciles de interpretar:
Estos
sueños son los que han sido objeto de más profunda elaboración por la función
psíquica análoga al pensamiento despierto; parecen poseer un sentido; pero este
sentido se halla también a mil leguas de su verdadera significación.
Hay sueños que parecen tener un sentido perfecto porque han sido
minuciosamente formados e interpretados por una instancia de creación de
sentido en el sueño mismo, pero es por eso que su aparente sentido de creación
es tan engañoso. Parece que no necesitan ninguna interpretación, pero requiere
el máximo esfuerzo por parte del intérprete para desacreditar lo que se esconde
detrás de la fachada del sueño (para que la mayor ilusión pertenezca a lo que
evidentemente tiene sentido y aparentemente no necesita interpretación). Si el
filósofo inconsciente es minucioso y no deja rastros, entonces este es el mayor
espejismo, la transparencia aparente es la mayor opacidad. Se podría tomar la
filosofía como un sueño de este tipo: un sueño exitoso, totalmente revisado,
que supuestamente ha logrado encubrir todos los rastros, llenar todas las grietas,
y por lo tanto presenta la tuerca más difícil de romper para la interpretación
analítica.
Para resumir, para seguir la imagen de Freud, el inconsciente es
un agujero, y el significado es el tope. El significado proporciona una
narrativa, que comienza ya en la obra del "filósofo inconsciente"; la
obra de sentido es una contraparte del funcionamiento del inconsciente. El
inconsciente y el filósofo son una pareja en una extraña división del trabajo:
uno hace los agujeros, el otro los llena. Si hay un diagnóstico de la empresa
filosófica como tal en juego, entonces este negocio de la filosofía comienza ya
en el inconsciente -el filósofo tiene un cómplice en el inconsciente, que
comienza a parar los agujeros incluso antes de que la filosofía empiece a llenarlos.
El inconsciente se desvanece al mismo tiempo que se produce, y quien lo
desvanece es el filósofo inconsciente que lucha por dar sentido y proporcionar
una cuenta narrativa libre de agujeros. La ilusión filosófica es estructural,
tiene su base en el inconsciente mismo como borramiento.
Freud nunca se involucra realmente con Hegel, nunca considera usar
ninguno de sus conceptos, como lo hace con muchos otros filósofos, para bien o
para mal. Sin embargo, hay esta escena inesperada de confrontación inconsciente,
a través del sesgo de Heine, donde lo que está en juego no es simplemente
Hegel, sino toda la naturaleza del esfuerzo filosófico, y Hegel funcionando de
nuevo como el filósofo modelo. El diagnóstico: hay un punto ciego en la
filosofía, es decir, su incapacidad de asimilar el inconsciente, su ser presa
de una fantasía que no puede abandonar mientras siga siendo filosofía. Pero
este movimiento no es algo que ocurre en los altos reinos del espíritu, sino
que ya está trabajando en el inconsciente, que sólo puede proceder borrándose a
sí mismo y que no puede evitar tener sentido. La escisión es ya la escisión
interna del inconsciente, la fantasía filosófica interviene en medio del sueño,
en la escisión entre lo primario y lo secundario; siempre está comenzando la
búsqueda de "topes".
Esta imagen del gorro de dormir y los agujeros en la estructura
del universo, pintoresco y entretenido como es, es sin duda también ingenuo y
dependiente de una visión indiscriminada de la filosofía como un todo, así como
de Hegel en particular. Lo estoy usando no para confirmarlo, sino porque nos
lleva a algo esencial. Siguiendo esta imagen, uno podría decir que el gran
logro de Hegel miente en presentar el contrario exacto de esta imagen de la
filosofía, no en remendar las grietas en el universo, sino en tomar la grieta en
sí misma como el principio verdadero del universo, si puedo adoptar esta expresión.
Si hay algo desconcertante e interesante en Hegel, esto reside en su grandioso
esfuerzo para proseguir la grieta no como un fracaso, un mal funcionamiento,
sino como un principio habilitador, para tomarlo como la productividad de lo
negativo. Él veía su tarea no como una tarea de rellenar las grietas, sino como
producir una escisión donde pareciera no haber ninguna, una escisión que
permitiera cualquier entidad positiva. Pero aquí hay una discrepancia: ¿Hegel y
Freud están hablando de la misma grieta? Si hay una escisión, entonces está
entre ¿qué y qué?
Permítanme proceder a partir de una sola cita. En el Prólogo a la
Fenomenología, Hegel pecó, por una vez, en contra de su propio principio de que
cualquier principio fundamental de la filosofía es defectuoso en el hecho mismo
de ser un principio fundamental. El
valor de una filosofía no puede medirse en ningún planteamiento o proposición
fundacional, un principio sólo puede demostrar su valor a través de su
mediación, dejando atrás y negando el momento fundacional a través de un
desarrollo, un despliegue, una producción, que por sí sola puede explicar cuál
es el principio. Sin embargo, por una vez, Hegel propuso el adagio fundamental
que todo depende de una sola declaración, a saber, que la verdad no debe ser
comprendida solamente como sustancia solamente, sino igualmente como un sujeto
-en resumen, sustancia es sujeto. Esto funciona como un meta-principio que
descalifica y hace inoperantes todos los principios fundacionales. No me
detendré en la interpretación de esto aquí: se han escrito volúmenes sobre esta
única frase (en particular por Slavoj Žižek) y tendré que asumir algo de eso. Intentaré
aclarar un poco las cosas a través de un ángulo particular, la cita que tengo
en mente, que sigue poco después:
La
desigualdad que se produce en la conciencia entre el yo y la sustancia, que es
su objeto, es su diferencia, lo negativo en general. Puede considerarse como el
defecto de ambos, pero es su alma o lo que los mueve a los dos; he ahí por qué
algunos antiguos concebían el vacío, como el motor, ciertamente, como lo
negativo, pero sin captar todavía lo negativo como el sí mismo.
Entonces, ¿qué es lo que mantiene unidos los dos términos de esta
propuesta tan notoria, la sustancia y el sujeto? ¿La sustancia como principio
supuestamente unitario subyacente al ser, y a la subjetividad? La declaración
de Hegel afirma que ambos términos son afectados por una falta, un vacío, una
negatividad. El alma de cada uno es una falta, su alma es una falta en el alma
que los mueve. La sustancia y el sujeto se superponen en la falta como el único
punto que tienen en común, pero ¿cómo entender esto? Hegel, para ilustrarlo y
dar a esta postura un pedigrí que se remonta a los principios de la historia de
la filosofía, lo une al atomismo antiguo. Hegel, el archi-idealista, siempre ve
en el atomismo un giro especulativo crucial. Escribe en su Lógica:
El
principio atomístico, con estos primeros pensadores, no permaneció en la
exterioridad, pero aparte de su abstracción contenía una determinación
especulativa, que el vacío era reconocido como la fuente del movimiento. Esto
implica una relación completamente diferente entre los átomos y el vacío que el
mero uno al lado del otro (nebeneinander) y la
indiferencia mutua de los dos. [...] La opinión de que la causa del movimiento
yace en el vacío contiene ese pensamiento más profundo que la causa del devenir
pertenece a lo negativo.
La grandeza del atomismo, para Hegel, está en lo que introdujo
como el objeto del pensamiento, la manera en que el elemento mínimo se divide
siempre en sí mismo y un vacío. La atomización es una forma simple y radical de
someter la materia al conteo, de reducirla a elementos contables indivisibles
(que pueden ser contados como Uno), pero en el mismo movimiento este elemento
atómico, esta partícula elemental, introduce el vacío, en el cual los átomos se
mueven y que es de hecho el principio mismo de su movimiento, das Bewegende. Un
elemento y el vacío no existen uno al lado del otro, sino que pertenecen juntos
hasta el punto de formar una sola entidad redoblada compuesta por el átomo y el
vacío, Uno y la falta. Por muy lejos que busquemos un elemento mínimo, nunca
llegamos a un mínimo e indivisible, sino más bien a la división como
irreducible. El elemento mínimo es esta división en sí misma, no cualquier
entidad positiva. El vacío es, por así decirlo, la mitad platónica que faltaba
del elemento como Uno solo, y responde a esta descripción por estar faltante. El
átomo de Hegel, su partícula elemental, es así el átomo mismo en este sentido
preciso: lo que no puede ser dividido más lejos es la división, la división en
la cual cualquier unidad es basada.
Pero, Hegel prosigue en este camino, mientras que los antiguos
vieron bien el principio de la negatividad en el vacío, dividiendo cualquier
elemento en su raíz, ellos fallaron en captar en esta negatividad el mismo
lugar del yo, el sujeto. Vieron que la sustancia está impregnada por el vacío,
envolviendo la falta en su interior, pero no tenían idea de que esto tendría
relación con el lugar del sujeto. Este es Hegel en su “lo más mínimo” - el
lugar del sujeto, en el adagio "la sustancia es sujeto," no es nada
más que esta misma escisión en sí, este corte en el ser introducido por el
vacío como principio móvil. Es en el vacío donde el ser y el pensamiento se
cruzan. Como afirma en la Historia de la Filosofía:
Esta
ruptura[interrupción, Unterbrechung] es el otro lado de los átomos, el vacío.
El movimiento del pensamiento es tal movimiento que tiene en sí mismo la
ruptura (el pensamiento es en el hombre precisamente lo que los átomos y el
vacío son en las cosas, lo interno[das Denken ist im Menschen eben das, was die
Atome und das Leere in den Dingen, sein Inneres]).
Así que el pensamiento es la ruptura del ser, su Unterbrechung, su
interrupción, y lo que el pensamiento y sus objetos tienen en común es la
ruptura que interrumpe la objetividad a través del vacío. El pensamiento y el
mundo se cruzan en el vacío. No se trata aquí de si el atomismo es una buena
teoría -Hegel no la apoya en su propia definición de ser- ni tampoco de si esta es
una buena interpretación del atomismo; el punto es que el atomismo incluye una
cierta perspicacia que Hegel ve como válida y de largo alcance, es decir, que
hay un principio de negatividad que mueve tanto el pensamiento como el ser, que
este principio forma el interior de ambos en su núcleo, sein Inneres, y que la
forma en que la sustancia y el sujeto cuelgan juntos debe ser fijado a este
principio.
El sujeto, como Hegel entiende esta entidad, no es ningún ser
positivo y no tiene ningún ser, debe ser colocado en la rotura, y esto es lo
que empuja a cada entidad a la inquietud (eben mueree Unruhe ist das Selbst)
-el yo no es nada más que la inquietud del Uno, su división, habita en la
imposibilidad de cualquier entidad que es igual a sí mismo. El sujeto es lo que
lo empuja más allá de sí mismo, no es más que esta disparidad, la parte
invisible que causa disparidad (Ungleichheit). Si uno quisiera deletrear el
proyecto de Hegel en una frase, darle una forma atómica, para llegar al átomo
del pensamiento de Hegel, uno podría decir: del átomo al cogito. Hay un
cortocircuito en esta frase que vincula inmediatamente la introducción del
vacío por parte de los atomistas, la unidad especulativa del Uno y el vacío,
con la figura de subjetividad tal como emergió con el cogito cartesiano. La
novedad del cogito fue precisamente que desechaba los modos de pensamiento
previos sobre la subjetividad (alma, conciencia, individualidad) e introducía
al sujeto en el punto de una ruptura en la gran cadena del ser. (Žižek lo ha
dicho muchas veces, "el cogito es la grieta en el edificio del ser") No
es una sustancia, aunque el propio Descartes lo colocó en el instante siguiente
del res cogitans, pero es todo lo contrario, al menos en la comprensión radical
de Hegel, es lo que impide que cualquier sustancia, cualquier principio
subyacente de unidad, persista siempre en igualdad consigo mismo. Hay una
grieta en el ser, ya encapsulada por el vacío en el atomismo antiguo, como un
lugar que estaba esperando al sujeto, por así decirlo. Para simplificar las cosas
totalmente, si la sustancia era la palabra clave de la filosofía, la idea que
orientaba a traer la multiplicidad a un principio subyacente, más allá de las
apariencias y el cambio, entonces uno podría decir que el tema, en Hegel, es el
nombre del Uno que se divide en dos, de la imposibilidad de cualquier sustancia
que es Uno. ¿Pero qué dos? ¿Son el átomo y el vacío suficientes para esta
división?
Hegel trata la noción de clinamen con cierto desdén. Dice en la
Historia de la Filosofía que Epicuro toma los átomos como iguales en peso y por
lo tanto se mueve de la misma manera hasta que su movimiento directo se inclina
en
una línea curva [en einer krummen Linie] que se aleja un poco de la recta, de
manera que chocan entre sí, formando así una unidad meramente superficial, no
derivada de su esencia.
En cierto modo, toda la ambigüedad de Hegel está contenida en este
pasaje. Podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿pertenece el clinamen a la
esencia? ¿O es simplemente una adición externa? ¿Es el destino esencial o
externo del átomo? Permítanme traer a Deleuze, que no es exactamente un
hegeliano, pero que da a esta pregunta una respuesta muy hegeliana, más
hegeliana incluso que Hegel. Esto es del apéndice sobre Lucrecio en La Lógica
del Sentido:
Clinamen
o declinación no tiene nada que ver con el movimiento oblicuo que llegaría a
modificar por accidente una caída vertical. Está presente desde siempre: no es
un movimiento secundario ni una determinación secundaria del movimiento que
ocurriría en un momento determinado en un lugar concreto. Clinamen es la
determinación originaria de la dirección del movimiento de un átomo.
Así que el clinamen siempre ha ocurrido, es la disparidad inscrita
en la definición del átomo desde el principio, su disparidad consigo mismo. El
átomo es su propia declinación, la unidad dividida no sólo de Uno y el vacío,
sino también en esto y a través de esto la unidad de la entidad con su propia
declinación, alejándose de sí misma. No es un destino secundario que le suceda
al átomo en sí mismo en su supuesta trayectoria recta -una vez que uno se ha
apartado del camino, uno supone la dirección recta, pero una dirección que no
existe en sí misma. Desviarse retroactivamente produce lo que está dentro de sí
mismo, y aquí es donde entra el sujeto. Se podría decir, sumariamente, uniendo
las cosas, que el sujeto es el clinamen de la sustancia, la forma en que
siempre necesariamente se desvía de sí mismo.
Por lo tanto, no puede aislarse en sí mismo, es la desviación de
"dentro de sí mismo", siempre borrado retroactivamente en sus
efectos, el mediador que desaparece. Clinamen no es ni el átomo ni el vacío ni
algo tercero, sino el descarrío que los condiciona. Así que podríamos decir que
para entender la noción única de clinamen, uno puede reunir los diversos hilos de Uno,
vacío, sustancia, sujeto y negatividad.
Llegamos a la pregunta esencial: ¿Cómo se relaciona esta
concepción de la negatividad hegeliana con el psicoanálisis? ¿Qué pasa con la
negatividad y la división entre Hegel y Freud? La manera de entender lo que
está en juego en el clinamen es quizás el factor discriminante.
La negatividad freudiana está en un vocabulario de seis palabras
que comienza con Ver-: Verneinung, negación; Verdrängung, represión;
Verwerfung, forclusión; Verleugnung, renegación; Verdichtung, condensación;
Verschiebung, desplazamiento. Lo que estas seis palabras tienen en común, a
primera vista, es el prefijo Ver-, que el diccionario Wahrig define primero
como Abweichen, o desviación, digresión, desvío, alejamiento. De Ver- a
clinamen sólo hay un paso, un paso extraviado, un paso fuera de pista. Hay una
desviación de la negación en cuestión, y si la negación hegeliana ya es una
desviación, una que se desvía de su curso y se divide en dos, entonces lo que
está en juego aquí podríamos describirlo como una desviación de la desviación, un
clinamen de clinamen, un redoblamiento del clinamen. El prefijo Ver- es como un
clinamen de nein, algo dentro de la negación hegeliana de la negación de la
negación, pero ligeramente fuera de pista. Freud, que era tan aficionado a los
juegos de palabras y a los encuentros contingentes de palabras, nunca pasó
mucho tiempo reflexionando sobre este Ver- que reúne sus términos clave como en
una condensación de sueños.
Pero además del vínculo casual del prefijo Ver-, estos conceptos
se relacionan a través de un fin común. Nombran varios modos de negatividad,
pero una negatividad que falla. La negatividad no logra cumplir su función de
negar una cierta entidad. Evocan algo que persiste a pesar de la negación y a
través de ella, o más precisamente, algo que la negación produce en primer
lugar. En todos ellos, la negación produce algo que ella misma no puede negar.
Hay una persistencia de negatividad en el fracaso mismo de la negatividad.
El fracaso de la negación es más evidente en la primera palabra,
el caso presentado en Verneinung (1925), donde Freud, en un solo golpe
impresionante, logra la trayectoria desde la forma gramatical de la negación
hasta la pulsión de muerte. Freud comienza con el caso elemental y notorio del
paciente que dice,
"Me
preguntas quién puede ser esta persona en el sueño. No es mi madre." En la
interpretación, nos tomamos la libertad de ignorar la negación[...]. Es como si
el paciente hubiera dicho: "Es verdad que mi madre vino a mi mente
mientras pensaba en esta persona, pero no me siento inclinado a dejar que la
asociación cuente".
Este es el ejemplo modelo de negación que se ha convertido en un
adagio, "esta no es mi madre", una negación que no llega a su
marca, no logra negar a la madre. Pero, ¿es suficiente este fundamento para una
lectura de afirmación? Freud toma la negación como un signo de represión,
Verdrängung, la siguiente palabra de nuestra lista.
Así,
el contenido de una imagen o idea reprimida puede llegar a la conciencia, a
condición de que sea negada. La negación es una forma de tomar conciencia de lo
que se reprime[...]. El resultado de esto es una especie de aceptación
intelectual de lo reprimido, mientras que al mismo tiempo lo esencial para la
represión persiste.
Así que "esto no es mi madre" puede traducirse como
"esto es mi madre", y el paciente bien puede aceptar esto como el
verdadero contenido de su declaración, pero eso no afecta la forma de represión
en sí misma. La negación bien puede permitir la aceptación de cierto contenido,
pero lo que persiste como recalcitrante a la negación y su aparición es el
hueco en el que se coloca el contenido. Esta brecha no se agota con las
alternativas "esta no es mi madre" y "esta es mi madre", la
negación y la afirmación se colocan al mismo nivel sin afectar la forma de
represión, irreducible a su contenido.
Negar
algo en un juicio es, en el fondo, decir: "Esto es algo que yo debería
preferir reprimir" Un juicio negativo es el sustituto intelectual de la
represión; su "no" es el sello distintivo de la represión, un
certificado de origen –como decir “Hecho en Alemania”. Con la ayuda del símbolo
de la negación, el pensar se libera de las restricciones de la represión.
La negación es como un certificado de origen, atestigua el origen
de la represión, y si hay una negación hecha en Alemania, esta debe ser la
negación hegeliana. Se podría decir, con toda la ambigüedad de la afirmación:
"esto no es negación hegeliana", según el modelo de "esto no es
mi madre", ¿se acepta o se rechaza así la negación hegeliana? ¿Tenemos que
decidir entre "esto es una negación hegeliana" y "esto no es una
negación hegeliana”? Tal vez, de acuerdo con la lectura de Freud, ambas
afirmaciones se pierden una forma de negación que surge entre estas alternativas
y no se agota con ellas. Hay una brecha en la negación hegeliana (de la
negación), acechando en el mismo punto, no en otro lugar.
La negación en Verneinung, como dice Freud, es una instancia
especial de represión, el segundo concepto de la lista. La represión presenta,
incluso a primera vista, un caso ampliado del hilo que he estado siguiendo, el
fracaso de la negación. Represión significa: algo es negado y rechazado, pero
sólo al precio de su retorno. Es represión sólo en la medida en que la negación
no tiene éxito, en la medida en que fracasa. Por supuesto, se pueden encontrar
todo tipo de razones para la represión, se puede invocar la moralidad sexual
represiva que trata de impedir que un cierto contenido sea aceptado en la
conciencia, determinada por las sanciones y los tabúes, pero de esta manera uno
se centraría en el contenido de la represión y pasaría por alto su forma. (Y
existe el hecho masivo de que la mayoría de las prohibiciones y mandatos
morales que Freud tuvo que enfrentar han perdido su validez e impacto durante
el siglo pasado, pero eso no ha eliminado el apuro que de alguna manera se ha
vuelto más intratable. El psicoanálisis, que tanto ha contribuido a la
emancipación sexual, siempre ha sido escéptico de ella como solución beneficiosa.)
Si nos concentramos en la forma de la represión, entonces el término clave de
Freud no es sólo represión, sino Urverdrängung, represión primaria, originaria,
que no se refiere a tal o cual contenido particular, ni tampoco se reduce a los
motivos particulares de la represión social, sino que instituye la forma misma
de represión que luego puede ser llenada por contenidos y justificaciones
particulares. Represión previa a la razón suficiente.
El concepto de represión implica otros dos conceptos del prefijo Ver-,
el de Verdichtung y Verschiebung, condensación y desplazamiento, que para Freud
denominan el mecanismo básico del trabajo del sueño, el Traumarbeit. Si los
sueños aparecen como mezcolanza, esto se debe a que cada uno de sus elementos
presenta una condensación y desplazamiento de varios elementos. Con una adición
crucial que determina el destino de la negación freudiana y sobre la que Freud
insiste una y otra vez: el sueño no conoce al "no", no hay
"no" en su vocabulario.
La
forma en que los sueños manejan la categoría de contrarios y contradicciones es
altamente notable. Simplemente hace caso omiso. "No" parece que no
existe en lo que respecta a los sueños. Muestran una preferencia particular por
combinar los contrarios en una unidad o por representarlos como uno y lo mismo.
Los sueños se sienten en libertad, además, de representar cualquier elemento
por su deseo contrario; de modo que no hay manera de decidir a primera vista si
algún elemento que admita lo contrario está presente en el sueño-pensamiento
como positivo o negativo.
Los sueños tienen un vasto vocabulario, pero una palabra parece
que le falta ostensiblemente, la palabra "no". Negación,
contrariedad, contradicción -todo esto existe en los sueños ya sea por simple
yuxtaposición, donde entidades contradictorias o contrarias aparecen una al
lado de la otra, o bien por coincidencia inmediata, condensación de los
opuestos en un elemento, de modo que no podemos decir si tiene un significado
positivo o negativo. Cada elemento positivo está dotado de reversibilidad, por
lo que la negación no puede ser aislada, sólo existe en la red de
sustituciones, condensaciones y desplazamientos. Esta red de ubicua negatividad
se basa paradójicamente en la elisión, la omisión del "no" como marcador
singular de la negación. Esta "negación de la negación" literal hace
omnipresente la negación; precisamente en su ausencia está presente en cada
palabra el "no". Esta "negación de la negación" en el
inconsciente se atasca en algo aparentemente demasiado infantil para la
dialéctica, en las similitudes contingentes, los juegos de palabras, las
reverberaciones homónimas, los deslizamientos improvisados. ¿Qué podría estar
más lejos de la rigurosidad de la concatenación conceptual en la Lógica de
Hegel, cada paso inherentemente ligado al anterior por la negatividad
autorreflexiva, que el deslizamiento infinito sobre homónimos, similitudes y
lapsus? La primera es determinada por un "no" en cada paso, la
segunda ignora el "no".
Si hay un sujeto del inconsciente -algo en lo que Lacan insistió
firmemente a lo largo de toda su obra-, contra el grano del estructuralismo
ambiental, entonces este sujeto es, en sentido estricto, correlativo a la
elisión del "no". Pero "no" no es una palabra como
cualquier otra, sino que representa una propiedad básica del lenguaje. Se
podría decir, simple y ampliamente, que el "no" se encuentra
en el mismísimo núcleo del lenguaje, es decir, que es algo que existe sólo en
el lenguaje y no tiene contraparte "natural". Con él, el lenguaje nombra
algo que no lo es, y su capacidad de nombrar el no-ser es lo que lo hace
lenguaje. El testimonio más importante de esto está en El Sofista de Platón,
que se basa enteramente en la capacidad del lenguaje para infundir al ser con
el no-ser. (Después de todo, la producción de agujeros y huecos ya había
comenzado con Platón.) El lenguaje trae la negación al mundo, no sólo un
contraste o contrariedad, un conflicto o tensión, sino la posibilidad de
inducir el no-ser. Lo simbólico en sí mismo, por extensión, es como un
"no" en la gran cadena del ser, la posibilidad misma de la
negatividad, algo que introduce una brecha, una división, una ruptura, de la
cual, para Hegel, depende la capacidad misma del pensamiento. Después de todo
esto era lo que atormentaba a la filosofía en su comienzo pre-Socrático, la
pregunta de si las entidades negativas son meramente criaturas del lenguaje o
si más bien tienen una contraparte ontológica en el ser (ver el Parménides de
Platón). Es con esta pregunta que comenzó la filosofía.
Para completar este rápido panorama del resto de las palabras
freudianas con el prefijo Ver-, sólo puedo dar algunas pistas precipitadas
sobre las dos restantes. La forclusión, Verwerfung, es el mecanismo que para
Freud define la psicosis. Si la psicosis se basa en la forclusión, no puede ser
en la forclusión de la palabra "no", ya que la psicosis dispone de
todo el vocabulario y no carece de nada, es decir, que precisamente nada le
falta. No le falta el "no", sino su impacto simbólico, la brecha que
podría mantener alejada la realidad de sí misma, la realidad de lo Real. Lo que
fue forcluido retorna como lo real emergiendo en la realidad, coincidiendo con
la realidad, sin vacíos - alucinaciones, voces, conspiraciones, perseguidores,
rayos divinos, milagros. La psicosis literalmente establece la negación de la
negación, desmantelando los poderes de la negatividad, no meramente la negación
de la negación, sino su rechazo y eliminación. Si seguimos la línea del fracaso
de la negación, entonces en la psicosis la negación fracasa por su éxito
espectacular, logra aniquilarse a sí misma hasta tal punto que la realidad
misma emerge como la encarnación de la negatividad, sin posibilidad de escape.
La negación forcluida se materializa en la misma positividad de la realidad. El
triunfo de la negación de la negación en la psicosis es su fracaso más grande,
se reivindica en formas más grandiosas que en cualquier otro lugar.
La última, Verleugnung, renegación. Freud la plantea como el
mecanismo básico de la perversión, en su significado técnico, y hay que señalar
desde el principio que per-verto es una versión latina del prefijo Ver-. Hay un
Ver- constitutivo en la naturaleza misma de la sexualidad humana, es una
Ver-naturaleza, su desvío. Freud comienza su argumento en los Tres Ensayos
sobre la Teoría de la Sexualidad (1905) considerando las aberraciones sexuales,
Abirrungen, y luego procede a considerar a las Abweichungen sexuales,
desviaciones sexuales con respecto al objeto sexual y la meta sexual. A partir
de ahí, podríamos decir que la sexualidad como tal es para Freud definida por
Abirrung, Abweichung, en una palabra, por un clinamen del camino de la
causalidad natural y la satisfacción de las necesidades fisiológicas. Hay un
clinamen en el concepto mismo de la sexualidad, el concepto mismo de pulsión
que es pulsión sólo en virtud de su desviación y que no puede ser tomado
independientemente de esta. El famoso adagio de la ópera de Brecht: "La
Ópera de Tres Peniques: ¿Qué es un robo bancario comparado con la creación de
un banco? ¿Qué son todos estos pequeños ladrones comparados con el robo
sistemático, legalizado y a largo plazo perpetrado por los bancos? Por
analogía, se podría decir que el tratamiento de Freud de la perversión en los
Tres Ensayos plantea la siguiente pregunta: ¿Qué son todas las perversiones,
todas las desviaciones del objeto o meta sexual habitual, comparadas con la
sexualidad como tal, que en sí misma no es más que una desviación masiva? Por
lo que se refiere a la perversión, en un sentido más limitado y técnico, la
renegación puede entenderse en la descripción freudiana del fetichismo, el
fetichismo como algo que llena el vacío por su fascinante presencia, reniega la
castración y la falta aferrándose al objeto que cubre el vacío, como en el famoso
escenario de Freud. La negatividad es renegada aferrándose al objeto que la
cubre en el esplendor de su existencia positiva, aferrándose a una creencia en
contra de un mejor conocimiento ("Yo lo sé muy bien, pero sin
embargo..."). Aquí llegaríamos a una actitud que encarnaría la imagen de
la filosofía que tienen Heine y Freud, aquella que rellenaría las grietas: el
pervertido sería alguien que no sólo usaría un gorro de dormir como un medio
para llenar las grietas, sino que incluso lo convertiría en un objeto de
veneración. No la acción desesperada y desordenada de llenar la grieta, sino el
objeto que la llena, el objeto parcial se presenta como un todo. (Y aquí se
puede dar el ejemplo singular del Marqués de Sade, el mayor filósofo entre los
pervertidos -no ha habido mucha competencia en esta categoría, por razones
estructurales- cuya Filosofía en el Tocador es una demostración bastante drástica y literal de cómo rellenar esa brecha.)
Tres de las palabras con el prefijo Ver-, Verdrängung, Verwerfung
y Verleugnung sirven como base de las tres estructuras clínicas señaladas por
Freud -neurosis, psicosis y perversión- como base de su clasificación clínica.
Se podría decir que presentan las tres formas de abordar la negación, tres
maneras en que la negación falla y se reivindica a sí misma o funciona a través
de sus propias desviaciones. Son como las versiones de Freud de lo que Hegel
llamaba, al principio de su Enciclopedia, "drei Stellungen des Gedanken
zur Objktivität".
Ahora, al intentar reunir todos los hilos y llegar a una
conclusión provisional, diría que la distancia entre Hegel y Freud puede ser
quizás la más económica de todas las que se encapsulan por la distancia entre
dos palabras, o más bien una palabra y una palabra parcial, nein y Ver-. Como
en una condensación de sueño, las dos palabras se funden en una sola palabra
alemana, Verneinung. Curiosamente no está realmente en el vocabulario de Hegel;
él prefiere la negación latina. Ver- y nein: la negación de nein en la
contigüidad inmediata con Ver-, que la desvía. Si para Hegel cada entidad positiva siempre está
marcada por la negatividad, siempre en disparidad consigo misma, una desviación
de sí misma, entonces la operación freudiana podría ser vista como una
desviación dentro de esta desviación, un clinamen de su clinamen. Ver- corroe
el "no", pero sólo opera en su interior. La negación (hegeliana) es
la condición sine qua non de Ver-. En este sentido, Hegel, trayendo la cuestión
de la negación a un pináculo, es el sine qua non de la postura freudiana sobre
la negatividad. O para darle otro giro: hay una negación hegeliana que ya es un
Ver-, el Ver- de Verstand y Vernunft, que no son más que los reinos del
despliegue de la negatividad hegeliana; y el Ver- freudiano es sólo su
extensión, que lo cambia todo.
En el mismo sentido, el inconsciente puede ser visto como un
clinamen del cogito. Lacan causó cierto escándalo con su afirmación de que el
cogito es el sujeto del inconsciente, lo cual se opone directamente a la
opinión general de que no hay dos cosas más separadas que el sujeto racional
cartesiano y las vaguedades del inconsciente. Sin embargo, una de las
reivindicaciones clave de Lacan es que el sujeto del inconsciente sólo puede
ser captado sobre la base del cogito, en el marco del cogito y de la
subjetividad moderna, no como su contraparte irracional. Se podría decir que el
sujeto del inconsciente es el Ver- de cogito, presentando justamente tal giro
como lo hace Ver- en relación con la negación hegeliana. Y si el conocimiento
absoluto hegeliano ha de ser concebido no como un relleno definitivo de la
grieta -el hueco en la estructura del universo- sino como la forma de
mantenerlo en última instancia, en un acto en el que la grieta se predica
reflexivamente sobre sí misma, entonces el inconsciente freudiano es una grieta
dentro de la grieta misma.
J.M. Charcot, "Photograph of Hysterical Wink"
"Ça n'empêche pas d'exister", dice Freud, siguiendo a
Charcot: no impide la existencia de algo que insiste a pesar de la negación, a
través de la negación, en su interior, de algo que no es reductible a una
factualidad positiva y que, en última instancia, no tiene ningún ser, pero que
no puede ser concebido sin negación, además, sin un clinamen de negación de la
negación. Se podría alterar ligeramente la frase: "l' être n' empêche pas
d' exister", o el ser no impide que algo exista e insista. La noción
hegeliana de ser es totalmente dependiente de la negatividad y la escisión, y
el paso implicado por Ver- es la escisión de la misma escisión. Es por esta
escisión que el pensamiento se aferra al ser, en la doble figura del conocimiento
absoluto y del inconsciente, este exceso y deficiencia o defecto del
conocimiento. Más concretamente: el sujeto del psicoanálisis no es sólo el Ver-
del cogito, sino el Ver- de ese entendimiento del cogito llevado al extremo, al
final de la gran tradición filosófica, por el conocimiento absoluto.
Traducción: Mario Manjarrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario