miércoles, 29 de noviembre de 2017

Alenka Zupančič - Ontología y diferencia sexual

Ontología y diferencia sexual
Alenka Zupančič 


Incluso sugerir una discusión de la diferencia sexual como una cuestión ontológica podría inducir -no sin justificación- una fuerte renuencia de ambos lados, de la filosofía (el guardián tradicional de las cuestiones ontológicas) y de los estudios de género. Estos dos "lados", si podemos llamarlos así, comparten al menos una razón de esta renuencia, relacionada de alguna manera con el hecho de que la discusión no resultaría en nada nuevo. Las ontologías tradicionales y las cosmologías tradicionales dependían fuertemente de la diferencia sexual, tomándola como su principio fundacional o estructurador. Ying-yang, fuego-agua, tierra-sol, materia-forma, activo-pasivo, este tipo de oposición (a menudo explícitamente sexualizada) se utilizó como principio organizador de estas ontologías y/o cosmologías, así como de las ciencias -astronomía, por ejemplo- basadas en ellas. Y así es como Lacan pudo decir: "la ciencia primitiva es una especie de técnica sexual". En algún momento de la historia, generalmente asociado a la revolución galilea en la ciencia y sus secuelas, tanto la ciencia como la filosofía rompieron con esta tradición. Y si hay una forma sencilla y más general de decir lo que caracteriza a la ciencia y a la filosofía modernas, podría ser expresada precisamente en términos de la "desexualización" de la realidad, de abandonar la diferencia sexual, en forma más o menos explícita, como principio organizador de la realidad, aportando coherencia e inteligibilidad a esta última.

Las razones por las cuales el feminismo y los estudios de género encuentran estas ontologizaciones de la diferencia sexual altamente problemáticas son obvias. Fortificada a nivel ontológico, la diferencia sexual está fuertemente anclada en el esencialismo: se convierte en un juego combinatorio de las esencias de masculinidad y feminidad. Tal que, para ponerlo en el lenguaje contemporáneo de los estudios de género, la producción social de las normas y sus descripciones posteriores encuentra una división ontológica ya hecha, lista para esencializar inmediatamente la "masculinidad" y la "feminidad". Así, la ontología tradicional fue siempre también una máquina para producir esencias "masculinas" y "femeninas", o, de forma más precisa, para fundar estas esencias en el ser.

Cuando la ciencia moderna terminó con esta ontología, en su mayoría también terminó con la ontología tout court. La ciencia (moderna) no es ontología; no pretende hacer afirmaciones ontológicas ni, desde una perspectiva crítica de la ciencia, reconoce que las hace. La ciencia hace lo que hace y deja a los demás la preocupación por los presupuestos (ontológicos) y las consecuencias (éticas, políticas, etc.) de lo que hace; deja también a los demás el poner en práctica lo que hace.

Tal vez de forma más sorprende, la filosofía moderna también rompió en su mayor parte no sólo con la ontología tradicional, sino también con la ontología tout court. Immanuel Kant es el nombre más asociado a esta ruptura: si uno no puede tener conocimiento de las cosas en sí mismas, la clásica cuestión ontológica de ser en cuanto que ser parece perder su base. Este no es el lugar para discutir qué fue exactamente el gesto kantiano y sus implicaciones para la filosofía moderna y postmoderna, si simplemente cerró la puerta detrás de la ontología (y, como algunos argumentan, nos dejó aprisionados por nuestras propias construcciones discursivas, sin acceso a lo real) o sentó las bases para una nueva y muy diferente clase de ontología.

En cualquier caso, es un hecho que el debate ontológico, después de un tiempo considerable de alejamiento del primer plano de la etapa filosófica (teórica) -y, quizás aún más importante, de no apelar al interés general-, está ahora haciendo un "retorno" masivo a esta etapa, y es el motivo de las "nuevas ontologías" idiomáticas. Sin duda, estos son proyectos filosóficos muy diferentes. Pero es seguro decir que para ninguno de ellos la diferencia sexual (en cualquier forma) juega ningún papel en sus consideraciones ontológicas. El ser no tiene nada que ver con la diferencia sexual.

Puesto que estamos debatiendo psicoanálisis y la diferencia sexual, implicar a Freud y Lacan en la discusión de la dimensión ontológica de la diferencia sexual, podría verse como el colmo de las posibles rarezas. Parece ir en contra no sólo de los numerosos y sobresalientes esfuerzos que los defensores del psicoanálisis han invertido durante décadas en demostrar la incompatibilidad del psicoanálisis con cualquier tipo de esencialismo sexual; es también contrario a lo que Freud y Lacan pensaban y decían sobre ontología. En vista de la antedicha desexualización de la realidad ocurrida con la revolución galilea en la ciencia, el psicoanálisis (al menos en su vertiente freudiano-lacaniana) está lejos de lamentarse. Su diagnóstico de la civilización occidental no es uno de los "olvidos de lo sexual", y no se ve a sí misma como algo que vuelva a enfocar el color sexual del universo. Por el contrario, se ve a sí misma (y su "objeto") como estrictamente coextensivo con este movimiento. De ahí las afirmaciones enfáticas de Lacan como "el sujeto del inconsciente es el sujeto de la ciencia moderna", o "el psicoanálisis sólo es posible después de la misma ruptura que inaugura la ciencia moderna". Sin embargo, no estoy señalando esto para argumentar que el psicoanálisis está mucho menos centrado en lo sexual de lo que se suele suponer, o para promover la "versión culturalizada" del psicoanálisis. Más bien, lo sexual en el psicoanálisis es algo muy diferente del juego combinatorio sensorial, es precisamente algo que interrumpe a este último y lo hace imposible. Lo que uno necesita ver y captar, para empezar, es donde desarrolla la verdadera división aquí. El psicoanálisis es a la vez coextensivo con esta desexualización, en el sentido de romper con la ontología y la ciencia como técnica sexual o combinatoria sexual, y absolutamente inflexible cuando se trata de lo sexual como lo irreducible real (no sustancial). Aquí no hay ninguna contradicción. Como no hay contradicción en la posición "revisionista" de Jung, que articula una culturalización total de lo sexual (su transcripción en arquetipos culturales) pero también mantiene una renuencia a renunciar al principio de combinatorio ontológico (de dos principios fundamentales). La lección y el imperativo del psicoanálisis no es, "dediquemos toda nuestra atención a lo sexual (significado) como horizonte último", sino que es una reducción del sexo y lo sexual (que, de hecho, siempre ha estado sobrecargado de significados e interpretaciones) hasta el punto de la inconsistencia ontológica, que como tal es irreducible.

La afirmación enfática de Lacan de que el psicoanálisis no es una ontología nueva (una ontología sexual, por ejemplo) no es algo que voy a cuestionar. Pero la razón para insistir sin embargo en examinar el concepto psicoanalítico de diferencia sexual en el contexto de la ontología no es simplemente reafirmar su incompatibilidad o heterogeneidad radical en las circunstancias de este "retorno" de la ontología. Lo que está en juego es mucho más elevado, y la relación del psicoanálisis con la filosofía (como ontología) sigue siendo mucho más interesante e intrincada. Tal vez la mejor manera de decirlo sería decir que su no-relación, implícita en la afirmación de que el psicoanálisis no es ontología, es la más íntima. Esperemos que esta expresión se justifique en lo que sigue.

Uno de los estancamientos conceptuales en el simple hecho de enfatizar que el género es una construcción enteramente social o cultural es que permanece dentro de la dicotomía naturaleza/cultura. Judith Butler lo ha notado muy bien, razón por la cual su proyecto radicaliza esta teoría vinculándola a la teoría de la performatividad. A diferencia de la expresividad, que indica una preexistencia e independencia de lo que se expresa, la performatividad se refiere a acciones que crean, por así decirlo, las esencias que expresan. Nada aquí preexiste: las prácticas sociosimbólicas de los diferentes discursos y sus antagonismos crean las mismas "esencias" o fenómenos que regulan. El tiempo y la dinámica de repetición que requiere esta creación abren el único margen de libertad (para cambiar o influir posiblemente en este proceso). Lo que diferencia a este concepto de la performatividad clásica, lingüística, es precisamente el elemento del tiempo: no es que el gesto performativo crea inmediatamente una nueva realidad, es decir, en el acto mismo de ser ejecutado (como la expresión performativa "declaro abierta esta sesión"); más bien, se refiere a un proceso en el que las construcciones sociosimbólicas, a través de la repetición y la reiteración, se están convirtiendo en naturales. Lo que se conoce como natural es la sedimentación de lo discursivo, y en esta visión la dialéctica de la naturaleza y la cultura se convierte en la dialéctica interna de la cultura. La cultura produce y regula (lo que se conoce como) la naturaleza. Ya no estamos hablando de dos términos: actividad socio simbólica, y algo sobre lo que se realiza; sino que estamos hablando de algo parecido a una dialéctica interna del Uno (el discursivo) que no sólo modela las cosas sino que también crea las cosas que modela, lo que abre una cierta profundidad de campo. La performatividad es pues una especie de onto-logía de lo discursivo, responsable tanto del logos como del ser de las cosas.

En gran medida, el psicoanálisis lacaniano parece compatible con este relato, que a menudo se presenta como tal. La primacía del significante y del campo del Otro, el lenguaje como constituyente de la realidad y del inconsciente (incluyendo la dialéctica del deseo), el aspecto creacionista de lo simbólico y su dialéctica (con nociones como causalidad simbólica, eficiencia simbólica, materialidad del significante)... A pesar de todas estas afirmaciones (incuestionables), la posición de Lacan es irreduciblemente diferente de la ontología performativa anterior. ¿En qué sentido exactamente? ¿Y cuál es el estado de lo real en que Lacan insiste cuando habla de sexualidad?

No es simplemente que Lacan tenga que tomar en cuenta y dar lugar a la otra parte "vital" de las nociones psicoanalíticas (tales como la libido, la pulsión, el cuerpo sexualizado), que se definen como "real", en contraposición a la pertenencia a lo simbólico. Este tipo de jerga, y la perspectiva que implica, es muy engañosa, pues Lacan también empieza con un Uno (no con dos, que trataría de componer y articular juntos en su teoría). Empieza con el Uno del significante. Pero su punto es que, mientras este Uno crea su propio espacio y seres que lo pueblan (que corresponde aproximadamente al espacio de performatividad descrito anteriormente), se le añade algo más. Podría decirse que este algo es parásito de la productividad performativa; no es producido por el gesto significante, sino junto con y "encima de" él. Es inseparable de este gesto, pero, a diferencia de cómo hablamos de creaciones/seres discursivos, no es creado por él. No es ni una entidad simbólica ni una constituida por lo simbólico, sino que es colateral para lo simbólico. Por otra parte, no es un ser: sólo es discernible como efecto (disruptivo) dentro del campo simbólico, pero no es un efecto de este campo, un efecto del significante; la aparición del significante no es reducible a, o agotado por lo simbólico. El significante no sólo produce una nueva realidad simbólica (incluyendo su propia materialidad, causalidad y leyes); también "produce" o abre la dimensión que Lacan llama lo Real. Esto es lo que irremediablemente tiñe lo simbólico, estropea su supuesta pureza, y explica el hecho de que el juego simbólico de la diferenciación pura es siempre un juego con dados cargados. Este es el mismo espacio, o dimensión, que sustenta los fenómenos "vitales" anteriormente mencionados (la libido o goce, la pulsión, el cuerpo sexualizado) en su desenvoltura con lo simbólico. Incluso simplemente, también actúa como el desenganche de lo simbólico. Es aquí donde se sitúa la sexualidad de la que habla el psicoanálisis. Para Lacan, la sexualidad inconsciente no se relaciona (como es el caso de Jung) con algunos restos arquetípicos que se quedarían con nosotros después de la desexualización ("desencanto") del mundo; es la novedad que acompaña a este desencanto, lo real que sale a la luz con él. No son ni los restos del combinatorio sexual ni algún aspecto del sexo lo que está totalmente fuera de cualquier combinatoria. Más bien, es algo que se produce por encima de cualquier combinación posible (o imposible) -es lo que las operaciones significantes producen además de lo que producen (sobre el nivel del ser y su regulación).

La sexualidad (como lo Real) no es un ser que existe más allá de lo simbólico; "existe" únicamente como la curvatura del espacio simbólico que se produce por el algo adicional producido con el gesto significante. Esto, y nada más, es cómo la sexualidad es lo Real. No es -a través de su experiencia- que el psicoanálisis haya encontrado y establecido la sexualidad como su último real. Porque esto significaría que el psicoanálisis pondría la sexualidad, tomada como un hecho irreducible, en el lugar conceptual de lo real, concebida independientemente. En otras palabras, la sexualidad correspondería a lo que es lo más real. Sin embargo, lo que está en juego es algo muy diferente: a partir de las contradicciones inherentes a la sexualidad -desde su paradójico estado ontológico, que precisamente nos impide tomarla como cualquier tipo de simple hecho-, el psicoanálisis llegó a articular su propio concepto de lo Real como algo nuevo. Lo Real no se fundamenta en la sexualidad; no es que la "sexualidad es (lo) real" en el sentido de que éste defina la condición ontológica de la primera. Por el contrario, los descubrimientos psicoanalíticos sobre la naturaleza de la sexualidad (y de su cómplice, el inconsciente) han llevado al descubrimiento y conceptualización de un espacio topológico singularmente curvado, al que se le llamó lo Real.

Ese algo producido por el significante, además de lo que produce como su campo, curva o magnetiza este campo de cierta manera. Es responsable del hecho de que el campo simbólico, o el campo del Otro, nunca es neutro (o estructurado por pura diferenciación), sino conflictivo, asimétrico, "no-todo", cargado de un antagonismo fundamental. En otras palabras, el antagonismo del campo discursivo no se debe a que este campo esté siempre "compuesto" de múltiples elementos, o múltiples múltiplos, compitiendo entre sí y no debidamente unificados; se refiere al espacio mismo en el que existen estos diversos múltiplos. De la misma manera que para Marx el "antagonismo de clases" no es simplemente un conflicto entre diferentes clases, sino el principio mismo de la constitución de la sociedad de clases, el antagonismo como tal nunca existe simplemente entre partes en conflicto; es el principio mismo estructurador de este conflicto, y de los elementos involucrados en él.

El antagonismo conceptualizado por el psicoanálisis no se relaciona con ningún doble original o múltiple original, sino con el hecho de que un Uno introducido por el significante es siempre un "Uno más" -es este plus inasignable que no es ni otro Uno ni nada que causa la asimetría y división básica del propio campo del Uno. El nombre lacaniano más general, y al mismo tiempo preciso, para este plus es el goce, definido por su carácter de excedente. Uno está agrietado por lo que produce encima de lo que produce, -y esto es precisamente lo que incita a Lacan a llamar fracturado, o "barrado", a este campo del Uno simbólico: el Otro. El Otro no es el Otro del Uno; es el nombre lacaniano para el "Uno más", es decir, para el Otro en el que se incluye este plus y para el cual tiene, por lo tanto, consecuencias considerables. Por cierto, es también por eso que el Otro al que Lacan se refiere es ambos: el Otro simbólico (el tesoro de los significantes) y el Otro del goce, de la sexualidad.

La primera y tal vez más sorprendente consecuencia de esto es que la sexualidad humana no es sexual simplemente por su inclusión de los órganos sexuales (u órganos de reproducción). Más bien, el excedente (causado por la significación) del goce es lo que sexualiza la actividad sexual misma, lo dota de una inversión excedente (también se podría decir que sexualiza la actividad de reproducción). Este punto puede parecer paradójico, pero si uno piensa en lo que distingue la sexualidad humana de, digamos, las sexualidades animales o vegetales, ¿no es precisamente por el hecho de que la sexualidad humana está sexualizada en el fuerte significado de la palabra (que también podría ser puesto en un lema como "el sexo es sexy")? Nunca es "sólo sexo". O, quizás más precisamente, cuanto más se acerca al "sólo sexo", más lejos está de cualquier tipo de "animalidad" (los animales no practican sexo recreativo). Este redoblamiento constituyente de la sexualidad es lo que la hace no sólo siempre dislocada con respecto a su propósito reproductivo sino también y sobre todo con respecto a sí misma. En el momento en que intentamos dar una definición clara de lo que es la actividad sexual, nos metemos en problemas. Nos metemos en líos porque la sexualidad humana está cargada de esta paradoja: cuanto más lejos se aparta el sexo del movimiento copulante "puro" (es decir, cuanto más amplio es el rango de elementos que incluye en su actividad), más "sexual" puede llegar a ser. La sexualidad se sexualiza precisamente en este intervalo constituyente que la separa de sí misma.

Hasta ahora hemos discutido la cuestión de lo Real con respecto a la noción psicoanalítica de la sexualidad (o de lo sexual) en su peculiar estatus ontológico. Pero, ¿cómo entra la diferencia sexual en este debate? ¿Cuál es la relación entre la diferencia sexual y la sexualidad a secas? ¿Es accidental o esencial? ¿Cuál es primero? ¿Es la sexualidad algo que ocurre porque hay diferencia sexual? La respuesta de Freud es inequívoca y tal vez sorprendente. En Tres Ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad (1905) insiste en la inexistencia original de cualquier germen de dos sexos (o dos sexualidades) en la preadolescencia.

La actividad auto-erótica de las zonas erógenas es, sin embargo, la misma en ambos sexos, y debido a esta uniformidad no hay posibilidad de distinción entre los dos sexos tal como surge después de la pubertad... De hecho, si pudiéramos dar una connotación más definida a los conceptos de "masculino" y "femenino". sería posible incluso mantener que la libido es invariablemente necesaria de naturaleza masculina, ya sea que ocurra en hombres o en mujeres e independientemente de si su objeto es un hombre o una mujer.

En otras palabras, al nivel de la libido no hay dos sexos. Y si pudiéramos decir exactamente lo que es "masculino" y "femenino", lo describiríamos como "masculino" -pero no somos precisamente capaces de hacer esto, como Freud enfatiza aún más en la nota de pie de página adjunta al pasaje citado.

Así pues, cuando se enfrenta a la cuestión de la diferencia sexual, la primera respuesta del psicoanálisis es: desde el punto de vista estrictamente analítico, en realidad sólo hay un sexo o sexualidad. Además, la sexualidad no es algo que surge de la diferencia (entre sexos); no es impulsada por el anhelo de nuestra otra mitad perdida, sino que es originalmente autopropulsada (y "autoerótica"). Freud escribe: "El impulso sexual es en primera instancia independiente de su objeto; ni tampoco es probable que su origen se deba a las atracciones de su objeto".

¿Significa esto que la diferencia sexual es única y exclusivamente una construcción simbólica? Aquí viene la otra sorpresa (no ajena a la primera, por supuesto) de la postura psicoanalítica: La diferencia sexual tampoco existe en lo simbólico o, más precisamente, no existe un relato simbólico de esta diferencia como sexual. "En la psique, no hay nada por lo que el sujeto pueda situarse como hombre o mujer."

Es decir, aunque la producción de significado de lo que es ser un "hombre" o una "mujer" es ciertamente simbólica -y masiva- no equivale a producir diferencia sexual como significante de diferencia. En otras palabras, la diferencia sexual es un tipo diferente de diferencia; no sigue la lógica diferencial. Como dice muy concisamente Mladen Dolar:

Hay una crítica generalizada que apunta a las oposiciones binarias como el lugar de la sexualidad forzada, su reglamentación, su molde impuesto, su rigor obligatorio. Por la imposición del código binario de dos sexos estamos sujetos a la restricción social básica. Pero el problema es quizás más bien lo contrario: la diferencia sexual plantea el problema de los dos, precisamente porque no puede ser reducida a la oposición binaria o contabilizada en términos de los dos números binarios numéricos. No es una diferencia significativa, tal que define los elementos de la estructura. No se debe describir en términos de rasgos opuestos, o como una relación de entidades dadas preexistentes de la diferencia... Se podría decir: los cuerpos se pueden contar, los sexos no. El sexo presenta un límite al conteo de cuerpos; los corta desde dentro en lugar de agruparlos bajo encabezamientos comunes.

Y el sexo no funciona como un obstáculo de sentido (y de conteo) porque se considere moralmente atrevido. Se considera moralmente atrevido porque es un obstáculo de sentido. Por eso la despenalización moral y legal de la sexualidad no debe tomar el camino de su naturalización ("lo que hacemos sexualmente es sólo un comportamiento natural"). Por el contrario, debemos partir de la afirmación de que nada sobre la sexualidad (humana) es natural, y menos aún sobre la actividad sexual con el exclusivo objetivo de la reproducción. No hay "naturaleza sexual" humana (y no hay "ser sexual"). El problema con la sexualidad no es que sea un remanente de la naturaleza la que resiste cualquier dominación definida; más bien, no hay naturaleza ahí; todo comienza con un excedente de significación.

Si volvemos ahora a la cuestión de lo que esto implica en relación con la ontología en general, y más concretamente con la ontología performativa de los estudios contemporáneos de género, debemos partir de la siguiente implicación crucial: Lacan es llevado a establecer una diferencia entre el ser y lo Real. Lo real no es un ser, o una sustancia, sino su punto muerto. Es inseparable del ser, pero no es ser. Se podría decir que para el psicoanálisis, no hay un ser independiente del lenguaje (o discurso), por lo que a menudo parece compatible con las formas contemporáneas de nominalismo. Todo ser es simbólico; es ser en el Otro. Pero con una adición crucial, que podría formularse de la siguiente manera: sólo hay ser en lo simbólico -salvo que hay real-. Hay real, pero esto real no es un ser. Sin embargo, no es simplemente el exterior del ser; no es algo más allá del ser, es -como dije antes- la misma curvatura del espacio del ser. Sólo existe como la contradicción inherente al ser. Precisamente por eso, para Lacan, lo real es el hueso en la garganta de toda ontología: para hablar de "ser en cuanto que ser", hay que amputar algo en el ser que no es ser. Es decir, lo real es aquello que la ontología tradicional tuvo que cortar para poder hablar del "ser en cuanto que ser", nosotros sólo llegamos a ser en cuanto que ser restando algo de él, y este algo es precisamente aquello que, estando incluido en el ser, impide que se constituya plenamente como ser. Lo real, como ese algo adicional que magnetiza y curva el espacio (símbólico) del ser, introduce en él otra dinámica, que infecta las dinámicas de lo simbólico, lo hace "no todo".

Ahora bien, una muy buena forma de acercarse a la relación entre la sexualidad como tal (su real) y la diferencia sexual es a través de un extracto de una conferencia de Joan Copjec, en la que hizo la siguiente observación crucial:

La categoría psicoanalítica de la diferencia sexual fue desde esta fecha[a mediados de los años ochenta] considerada sospechosa y abandonada en gran medida a favor de la categoría neutralizada de género. Sí, neutralizada. Insisto en esto porque es precisamente el sexo de la diferencia sexual el que se descartó cuando este término fue reemplazado por género. La teoría de género llevó a cabo una hazaña importante: eliminó el sexo del sexo. Porque mientras que los teóricos del género seguían hablando de prácticas sexuales, dejaron de cuestionar lo que es el sexo o la sexualidad; en resumen, el sexo ya no era objeto de una indagación ontológica y volvía a ser lo que era en lenguaje común: algún tipo de distinción vaga, básicamente una característica secundaria (cuando se aplicaba al sujeto), un calificativo añadido a otros, o (cuando se aplicaba a un acto) algo un poco atrevido.

Me gustaría utilizar esta cita como trasfondo para que la siguiente tesis resuene plenamente: es porque la diferencia sexual está implicada en la sexualidad que no se registra como diferencia simbólica. De hecho, el psicoanálisis no intenta des-esencializar la diferencia sexual. Lo que lo des-esencializa más eficientemente (y en lo real) es su implicación en la sexualidad como se definió anteriormente; es decir, como la ausencia-del-ser del ser. Y esto es lo que el psicoanálisis saca a relucir e insiste, en contraposición a las diferencias de género, que son diferencias como cualquier otra, y que pierden el punto de vista al triunfar demasiado, y al caer en la trampa de la consistencia ontológica. Puede parecer paradójico, pero las diferencias como la forma-materia, yin-yang, activo-pasivo... pertenecen a la misma onto-logía que las diferencias de "género". Incluso cuando estos últimos abandonan el principio de complementariedad y adoptan el de la multiplicidad de género, no afectan en modo alguno la condición ontológica de las entidades denominadas género. Se dice que lo son, o que existen, enfáticamente. (Este "enfáticamente" parece aumentar con los números: Uno suele ser tímido en afirmar la existencia de dos géneros, pero al pasar a la multitud esta timidez desaparece, y su existencia se afirma firmemente). Si la diferencia sexual se considera en términos de género, se hace -al menos en principio- compatible con los mecanismos de su ontologización. Lo que nos devuelve al punto anterior, y al que ahora podemos añadir un punto suplementario: la des-sexualización de la ontología (que ya no se concibe como un combinatorio de dos principios "masculino" y "femenino") coincide con la aparición sexual como el punto real/disruptivo del ser. Y quitar lo sexual (como algo que no tiene consecuencias a nivel ontológico) vuelve a abrir el camino del simbolismo ontológico de la diferencia sexual.

Por eso, si uno "quita el sexo del sexo", elimina lo que ha sacado a la luz el carácter problemático y singular de la diferencia sexual en primer lugar. Uno no elimina el problema, sino los medios de verlo y de eventualmente abordarlo.

El hecho de que la "diferencia sexual" no sea una diferencia diferencial (lo que podría explicar por qué Lacan nunca usa el término "diferencia sexual") puede explicar por qué las famosas fórmulas de sexuación de Lacan no son diferenciales en ningún sentido común: no implican una diferencia entre dos clases de ser (es) -no hay contradicción (antagonismo) que exista entre las posiciones M y F. Al contrario, la contradicción o el antagonismo es lo que ambas posiciones tienen en común. Es lo que comparten, lo que los une. Es precisamente el punto que justifica hablar de "hombres" y "mujeres" bajo el mismo título. Dicho de manera sucinta, lo indivisible que los une, su igualdad irreducible, no es la del ser, sino la de la contradicción o la falta de ser. Esto es también lo que significa que "no hay relación sexual": No significa, como dice el título popular, que "los hombres son de Marte y las mujeres de Venus", y como tal nunca puede formar una pareja armónica. No es algo que pretenda explicar la guerra entre sexos, "la guerra de las Rosas", la supuesta incompatibilidad de los sexos. Porque estas explicaciones están siempre llenas de afirmaciones sobre lo que es "femenino" y lo que es "masculino" -algo de lo que el psicoanálisis niega todo conocimiento, como ya hemos visto. La afirmación psicoanalítica es al mismo tiempo mucho más modesta y radical: los sexos no son dos de ninguna manera significativa. La sexualidad no se divide en dos partes; ni constituye una sola. Está atascada entre "no es más de uno" y "no es todavía dos (o más)"; gira en torno al hecho de que "el otro sexo no existe" (que quiere decir que la diferencia no es ontologizable), pero hay más de uno (que también es decir, "más que múltiples unos").

El psicoanálisis no es la ciencia de la sexualidad. No nos dice lo que realmente es el sexo; nos dice que no hay un "realmente" del sexo. Pero esta inexistencia no es lo mismo que, por ejemplo, la inexistencia del unicornio. Es una inexistencia en lo real que, paradójicamente, deja huellas en lo real. Es un vacío que se registra en lo real. Es una nada, o negatividad, con consecuencias.

Lo que nos lleva a la lógica implícita en el siguiente chiste:

Un tipo entra en un restaurante y le dice al camarero: "Café sin crema, por favor" El camarero responde: "Lo siento, señor, pero no tenemos crema. ¿Podría ser sin leche?"


La sexualidad es aquella crema cuyo no-ser no la reduce a nada. Es una nada que camina alrededor y causa problemas. La lección fundamental del psicoanálisis es precisamente la del chiste de arriba: si el psicoanálisis no puede "servirnos" para nada sin sexualidad, es porque no hay sexualidad que pueda servirnos. Y es precisamente este "no hay", ese no-ser que tiene sin embargo consecuencias reales, lo que se pierde en la traducción cuando pasamos del sexo al género.



Traducción: Mario Manjarrez

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rik Loose- El sujeto de la adicción

EL SUJETO DE LA ADICCIÓN


“¿Quién nos contara alguna vez la historia de los narcóticos, que es casi la historia de la cultura, de la denominada cultura superior?”
Nietzsche, La Gaya Ciencia.


Las primeras evidencias del uso de drogas psicoactivas y el conocimiento de plantas alucinógenas se remontan a unos 13.000 años atrás. La mayoría de los tipos primitivos de religión usaban drogas en un intento por obtener conocimiento divino. Las drogas y el uso de drogas son una parte integral de la cultura humana. Sin embargo, apenas sabemos nada sobre las drogas, al menos no el tipo de conocimiento que nos ayudaría a entender cómo las drogas afectan a la gente y cómo la gente se vuelve adicta a las drogas. Esto es lo más sorprendente a la luz de la vasta cantidad de conocimiento que se ha acumulado en las ciencias.

Entonces, ¿qué debemos esperar de la ciencia en lo que respecta al efecto de las drogas y la patología de la adicción? Si bien la ciencia ha dedicado tiempo y recursos considerables a la cuestión (por ejemplo, el Instituto Nacional Estadounidense de Abuso de Drogas[NIDA] asigna 600 millones de dólares al año a la investigación sobre el abuso de drogas), todavía no tenemos una base científica satisfactoria sobre la adicción. Por otra parte, aunque el psicoanálisis todavía no ha abordado de manera seria y sistemática el problema de la adicción, mi opinión es que el psicoanálisis tiene una contribución única que aportar.

Poco trabajo se ha hecho en el psicoanálisis sobre la adicción comparado con lo que se ha hecho en las ciencias. De hecho, en el psicoanálisis mismo se ha hecho poco en comparación con el trabajo que se ha hecho sobre otras psicopatologías. Es ciertamente posible acusar al psicoanálisis de no asumir responsabilidades en este campo: un fino contraste con la proclamación de la ética del psicoanálisis, que exhorta al sujeto sufriente a asumir responsabilidades; y los propios psicoanalistas no están ciertamente excluidos de esa responsabilidad (ni en relación con sus pacientes, ni en relación con ellos mismos). Sin embargo, una teoría psicoanalítica sobre la adicción que incluye al sujeto (y su responsabilidad) es algo en lo que los psicoanalistas se han interesado recientemente.

El psicoanálisis podría no ser un competidor obvio para el tratamiento de la adicción. Es un hecho bien conocido que la mayoría de los adictos no desean gastar tiempo (o dinero) en un proceso tan lento y arduo como el psicoanálisis; su solución preferida a los problemas de la vida sería algo que surta efecto inmediato y que, por lo tanto, no les exige asumir responsabilidades. Además, muchos adictos que necesitan tratamiento no pueden permitirse el tiempo de un largo proceso terapéutico, precisamente porque la urgencia de su necesidad de tratamiento es directamente proporcional al tiempo que les queda. El psicoanálisis, sin embargo, se encuentra en una excelente posición para contribuir a un problema que hasta ahora ha desafiado gran parte de nuestra comprensión. Invitando a la gente a hablar de sí misma, de su vida, de su muerte, de su placer, de su dolor, de sus relaciones, del sexo, de su trabajo y de su familia, el psicoanálisis ha establecido una manera única de recoger material clínico, un material que seguramente debe ser inmediatamente relevante viniendo de su fuente. Además, la adicción está en aumento y ese hecho por sí solo justifica la necesidad de un enfoque diferente. El argumento no es que todos los adictos deban someterse a un "análisis clásico" durante muchos años para vivir felices para siempre con o sin drogas o alcohol (aunque se sugiere que un análisis puede ser enormemente interesante y beneficioso, especialmente para los adictos). En cambio, el argumento es que los aspectos de la ética, el método de tratamiento y la experiencia del psicoanálisis deben ser considerados seriamente y, cuando sea posible, incorporados en el tratamiento de los adictos, independientemente de si este tratamiento se lleva a cabo sobre una base individual, grupal, comunitaria o institucional. Es extremadamente importante proporcionar una base teórica para este argumento. Las personas que trabajan con adictos a menudo expresan el sentimiento de que no saben exactamente a qué se enfrentan, ni lo que están (o deberían estar) haciendo. Una teoría sobre la adicción debe servir como orientación en la confrontación con una clínica de la adicción.


Una nota sobre la terminología es apropiada. El centro de atención aquí es la adicción a las llamadas sustancias tóxicas, también conocida como toxicomanía, a diferencia de otras adicciones como el juego compulsivo, la adicción al sexo o la adicción a los juegos de ordenador. Sin embargo, este enfoque no implica que los conceptos presentados aquí no puedan aplicarse a estas otras formas de adicción e incluso a la psicopatología en general. El término adicción tiene interesantes conexiones etimológicas. La palabra adicto proviene del latín addictus, el principio pasado de addicere, que significa adjudicar o asignar. El primer significado se refiere a la toma de una decisión, mientras que el segundo se refiere a un vínculo o una relación con algo o alguien. Estas conexiones son altamente relevantes para las particularidades de la patología de la adicción. Pero hay otra conexión interesante. La adicción, etimológicamente, también se relaciona con la dicción, que significa anunciar o decir. Hay un argumento fuerte para considerar que el habla y el lenguaje son cruciales para una comprensión de la adicción. Hay un antagonismo fundamental entre el habla o la dicción y la adicción: la adicción es a-dicción.

Una teoría freudiana/lacaniana de la adicción tiene que lidiar con nociones psicoanalíticas complejas como el impulso de la muerte y lo real (en el psicoanálisis la vida es una cuestión de muerte, y el sujeto una cuestión de lo real) y por lo tanto quizás podría llegar a ser innecesariamente densa y difícil. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la adicción es un objeto de estudio enormemente complejo, pero que, sin embargo, parece provocar la tendencia a simplificaciones excesivas y explicaciones banales por diversas razones. Es importante entender esa tendencia y romper con ella.

¿Por qué el psicoanálisis debe contribuir a ayudar a las personas con una vida basada en lo real y penetrada por su presencia? ¿Cómo puede ayudar a vivir a la gente que tiene una vida permeada por lo real, la muerte y la toxicomanía?

Lacan enfatiza que el analista sólo interviene con palabras y no con drogas en el cuerpo. Si lo real, el impulso de la muerte y la ruta corporal de la adicción (toxicomanía) están situados fuera del reino de los significantes y las palabras, ¿implica eso que el discurso del análisis es impotente cuando se trata de ayudarnos a vivir una vida que está abrumada o turbada por este real? Una conclusión precipitada sería decir "sí". Una respuesta alternativa, sin embargo, sería dar la vuelta a la pregunta preguntando retóricamente lo que los otros discursos tienen que ofrecer en su lugar. En esta obra se ha argumentado que ofrecen mucho, pero poco respecto a la posibilidad de cambiar algo en la relación entre el sujeto y lo real o el goce. En el mejor de los casos, algunos de estos discursos ofrecerían el conocimiento como un seguro de vida contra la muerte. Pero ¿quién pondría su confianza en una compañía de seguros cuya única forma de asegurar a la gente es diciendo que no quiere saber nada sobre aquello contra lo que la gente quiere asegurarse? La ciencia no quiere aceptar la realidad y lo real de la pulsión de muerte.

¿Qué puede ofrecer el discurso del análisis? El analista puede ofrecerse a sí mismo como un objeto causa de deseo para el analizante. Eso no significa que el analista ofrezca conocimientos. Sólo significa que el analista tiene la respons-abilidad de causar el deseo del analizante, y de mantener esta causa abierta durante el tiempo que sea necesario, no ofreciendo el conocimiento que el analizante le imputa. Esta estructura evoca y provoca la transferencia. Inmediatamente pondrá en primer plano la relación fantasmática que el sujeto tiene con su objeto-causa-de-deseo; una relación que (al menos parcialmente) organiza su goce. Esta es la razón por la que el psicoanálisis o la psicoterapia psicoanalítica podría contribuir al tratamiento de la adicción. La forma en que el sujeto organiza su economía del goce -la administración del goce y la toxicidad  por el sujeto adicto- está determinada por su posición subjetiva.

Para profundizar en la exploración de este enfoque, propongo la hipótesis de que la adicción, en sus diversas formas, se basa en un mecanismo de administración. Propongo también considerar la posible aplicación más amplia de este concepto, a saber, que la administración puede considerarse como un mecanismo para el síntoma en general. Todos los síntomas - y no importa si funcionan en lo real (como las adicciones) o si están simbólicamente estructurados - son formas particulares y subjetivas de administrar el goce. La administración es una estructura triple con tres funciones diferentes: (1) gobernar o regular; (2) administrar como sustituto; y (3) dispensar o suministrar. El concepto de administración nos permite relacionar la adicción con las tres estructuras clínicas de psicosis, neurosis y perversión. La adicción también puede relacionarse con la categoría clínica freudiana de “neurosis actual” (Aktualneurose). Esta última categoría haría de la adicción una entidad clínica separada de las otras estructuras clínicas y sus síntomas. En la psicosis la adicción maneja al sujeto como una compensación por la no-función del significante; la adicción se maneja por medio de un sustituto (para el significante) en este caso. En la neurosis y la perversión la adicción funciona como proveedor o dispensador de un goce excedente que originalmente se perdió a través del proceso de castración simbólica. En las "neurosis actuales" la adicción es una cuestión de regular o gobernar un goce real a nivel del cuerpo.

Cualquier tratamiento efectivo de la adicción tiene que relacionar el síntoma o la solución con la estructura subyacente, cualquiera que sea. Un diagnóstico diferencial es posible precisamente sobre la base de lo que ocurre o se desarrolla en un análisis, es decir, la transferencia. La transferencia eventualmente expondrá la economía del goce inconsciente del sujeto como la causa de la adicción. La causa de la adicción no es una causa general, sino una causa específica del sujeto, y esta causa sólo puede ser abordada a través del habla en una relación transferencial. Es por eso que un tratamiento basado en la transferencia es un prerrequisito absoluto en el tratamiento de la adicción. La respons-abilidad del analista es permitir que la transferencia se desarrolle, o tenga lugar, alrededor de su posición como objeto. A través del trabajo analítico sobre la fantasía (fantôme), es posible establecer un cambio en la economía del goce del sujeto. Braunstein escribe:

(...) la experiencia de análisis consiste en la confrontación del sujeto del síntoma con lo imposible del goce y ofrecer a esta imposibilidad el camino de la verbalización en las condiciones ideales y artificiales que son las del encuentro psicoanalítico, las de la transferencia.

El sujeto humano, como ser hablante, tiene acceso a lo real a través del significante. Sin embargo, esto es problemático, porque toda fantasía e ilusión del sujeto luchará contra esta penetración de lo real por parte del significante. Lo real penetra en la vida, pero no si podemos evitarlo. Esta penetración de lo real provoca dolor, ansiedad y trauma, mientras que nuestras ilusiones, fantasías y síntomas luchan contra él con uñas y dientes. El psicoanálisis permite al analista atravesar las fantasías y romper las ilusiones, con la esperanza de poder establecer una relación diferente para el sujeto con lo real del goce. Estas fantasías e ilusiones inconscientes pueden ser fragmentos y trozos de conocimiento construidos como defensas contra las pulsiones reales y el goce del cuerpo; trozos en el inconsciente que son el efecto de -en palabras de Lacan- 'la copulación del lenguaje (es con esto que sostengo al inconsciente) con nuestro cuerpo'. Es a través del análisis, a través de la transferencia, a través del trabajo en análisis, que el sujeto puede lidiar con este conocimiento inconsciente. Hay que trabajar en ello porque es, como dice Lacan, como un cáncer para él.

Este conocimiento inconsciente es un conocimiento en lo real que no funciona para el sujeto, sino que trabaja en su contra, como un impulso a la muerte. Esto produce síntomas como signos de que algo no está funcionando en lo real. Estos síntomas necesitan ser analizados, pero no sólo para "darle sentido" a ellos. Al igual que con el tratamiento psicoanalítico de la toxicomanía, no es tanto el acto de comprender el sentido de los síntomas, sino el acto de un trabajo muy elaborado o un desciframiento de los efectos del goce de lo real sobre el inconsciente del sujeto. En la toxicomanía, el inconsciente del sujeto se sumerge en un goce de lo real de las pulsiones, porque nunca llegaron a ser habitadas y pacificadas por el lenguaje. Este elaborado desciframiento se reduce al lento proceso de llevar el goce dentro del reino del significante, de tal manera que el goce se doblegará a la ley del deseo y puede ser reemplazado por el placer ordinario.

El final de análisis -como sugirió Lacan- está constituido por un saber cómo sobrellevar (s' avoir-y-faire) los síntomas propios. O, como Ellie Ragland dijo:

Lacan nos da un nuevo sujeto de la carencia, un nuevo objeto de límite, y una orden de vivir con menos apego a nuestros síntomas porque esto es crucial, nuestro sufrimiento enmascarado nos hace daño a nosotros mismos y dañamos a los demás.

Este daño no es más evidente que en relación con la toxicomanía. Es cierto que este daño en la toxicomanía puede ser reducido por el psicoanálisis. Que los adictos estarían dispuestos a tomar el largo desvío del lenguaje y el habla no es tan cierto, porque para hacerlo, tendrían que abandonar el atajo de las drogas y el alcohol a través del cuerpo. Y es precisamente en este punto donde se encuentra el quid del problema en el tratamiento de la adicción.

Se ha demostrado que es esencial que los adictos tengan la oportunidad de llevar a una toxicidad dañina dentro del reino del significante para poder llegar a vivir con los hechos de quién y qué son. Si no consiguen, o de hecho, toman esta oportunidad, tarde o temprano volverán a su adicción anterior, o bien otra forma de administración dañina. Esto plantea tres preguntas que necesitan una respuesta adecuada si el tratamiento de la adicción pretende salir de su impasse: (1) ¿Dónde y cuándo hay que intervenir para ser más efectivo en términos de tratamiento? (2) ¿Cómo se interviene con los adictos de tal manera que la terapia o el análisis se convierte en una posibilidad? (3) ¿Cómo se puede llevar a cabo la intervención con los adictos de tal manera que el resultado final conduzca a la probabilidad de terapia o análisis, es decir, cómo se puede estimular la demanda de análisis?

Los adictos están atrapados entre dos amos y en su período de la llamada "adicción activa", han elegido al amo que es la droga o el alcohol. El peligro de cualquier intervención es que los adictos pueden cambiar un maestro por otro. Es muy probable que busquen un ideal al que sujetarse o ser dictados. Cualquier intervención, cualquier tratamiento, corre el riesgo de ser posicionado en ese papel por el adicto. Todo deseo de un maestro siempre se corresponde con el deseo de otro de ser un maestro. Este último deseo está, como el primero, relacionado con el deseo de dominar al maestro supremo. La relación del adicto con la pulsión de muerte, el goce de lo real y por lo tanto, el exceso y la transgresión, a menudo provocan una reacción moral para dominar el comportamiento del adicto, especialmente cuando se enfrenta a la muerte.

Breve interludio clínico

Este fragmento clínico ilustra la dinámica entre la transferencia y el deseo del terapeuta en una institución que se presenta como lo que se conoce como una "comunidad solidaria". La mayoría de las veces, las instituciones asistenciales se comportan como un Otro autoritario o un superego maternal. Este fragmento se refiere a un alcohólico que estaba en análisis. Dejó de beber hace 15 años y decidió hacer un análisis porque quería explorar su vida de esa manera. Habló de una experiencia en una "comunidad solidaria", que tuvo lugar hace muchos años. Era algo que lo había traumatizado, algo que nunca había podido superar.

Al ser admitido en la "comunidad solidaria", este hombre recibió una visita guiada a través del edificio por la terapeuta femenina de su grupo de terapia. Ella le mostró rastros dejados por miembros del grupo que habían podido "ponerse en contacto con sus emociones". La terapeuta le dijo: "Quiero que tú también dejes algo atrás". También le dijeron que si podía hacerlo, se curaría. Comenzó su grupo de terapia al día siguiente. Circulaba un rumor de que la terapeuta prefería a los hombres. Dijo que este rumor lo decepcionó por alguna razón (no sabía exactamente por qué). Inmediatamente se "abrió" en el grupo y habló sobre un incidente en particular. Pensaba que había hecho todo lo posible con este "primer paso" en el tratamiento. Pensó que había sido increíblemente honesto. El grupo reaccionó a lo que él dijo con, lo que se conoce como 'feedback'. Un miembro del grupo, a quien no le agradaba, le dijo que había sido totalmente deshonesto. A este punto hay que añadir que, en varias ocasiones, la terapeuta le había animado a "expresar sus emociones"; "dejarse llevar". Incluso había dicho que no debía "detenerse" porque estaba muy bien protegida contra un posible ataque. En vez de cumplir con la propuesta oculta, decidió atacar al hombre que le había dado 'feedback negativo'. Lo agarró por la garganta y "acted-out" su agresión. Dijo que no se sentía particularmente enojado y que incluso le había dado un poco de placer. Añadió que lo hizo sólo porque quería hacerlo. Eso, por supuesto, es importante porque significa que fue un acto en el verdadero sentido de la palabra: algo que produce placer (y, por lo tanto, algo que no está desvinculado de la adicción). Su reacción no fue instintiva. La terapeuta le dijo al final de la sesión que "ahora iba a curarse". El día siguiente fue el día de la familia (como se le conoce). Miembros de la familia, amigos y otros conocidos estuvieron presentes en el grupo. En cierto momento se enojó muchísimo y no podía recordar cuál era la causa. Sin embargo, él podía recordar lo que dijo: ' el grupo sólo estaba interesado en complacer al terapeuta'. Estaba tan enojado que ‘vio rojo’. Estaba tan enojado que vio rojo. Se sintió extraño y no se sentía él mismo en absoluto. Después de que este sentimiento desapareció se sintió 'malo y culpable'. Habló con la terapeuta y se disculpó profusamente. Aparentemente, eso fue suficiente, pero no por mucho tiempo. Al día siguiente le pidieron que abandonara el centro. Había ido demasiado lejos dejándose llevar y había dejado un rastro demasiado grande. No pasó mucho tiempo antes de que volviera a beber. Cuando se disculpó con la terapeuta, ella le dijo que el grupo estaba en un impasse y ella estaba a punto de disolver el grupo.

Se puede decir mucho sobre este fragmento, pero me limitaré aquí a una serie de aspectos. La transferencia siempre llega como una sorpresa, y eso es extremadamente problemático para las instituciones, especialmente las que no están preparadas para ello. Las "comunidades solidarias" no están preparadas, al menos no dentro de su filosofía de tratamiento, porque "¿por qué los clientes deberían enojarse con nosotros cuando intentamos ayudarlos y cuidarlos? El "acting-out" de este hombre durante la terapia de grupo fue un acto que tuvo lugar en respuesta a una sugerencia institucional. Se trata de un acto cometido en relación con un ideal implícito; representaba el deseo de cumplir o satisfacer una demanda que adoptaba la forma de una expectativa. La transferencia surgió al día siguiente como una sorpresa. Precisamente en ese momento, un pedacito de verdad salió a la superficie como algo inconsciente y fue experimentado como extraño (se sentía extraño y no él mismo). La institución no toleró esta verdad. El acto (en contraposición al "acting-out") en el primer grupo fue "deshonesto" porque quería satisfacer el deseo del terapeuta. El exabrupto del día siguiente fue espontáneo y, de hecho, una expresión más directa de la verdad subyacente. Esta verdad está relacionada con su "maniquí" del día anterior, es decir, las expectativas que descansaban sobre su hombro. Este "maniquí" es una indicación de su dependencia de un maestro: la autoridad del terapeuta o del instituto que ella representaba. Algo de la patología de la adicción se manifestó en este fragmento. Por ejemplo, la dependencia del maestro esconde un no querer saber sobre la causa inconsciente de la ansiedad.

La mayoría de las comunidades terapéuticas se basan en el discurso del amo. En ese sentido, se puede decir que forman una barrera contra el inconsciente. Toda manifestación de una falta o de un deseo inconsciente (y no importa si se trata de la patología del paciente o del aspecto inconsciente del propio instituto) es "demasiado" para la institución. No se ajusta bien a sus reglas. Las instituciones y sus terapeutas a menudo mostrarán una reacción como la que se produjo en este fragmento clínico y esta reacción ocurre cuando no se puede incorporar ese "demasiado". Se trata de una reacción "tóxica" con consecuencias desastrosas para los adictos; se trata de un "acting out" institucional. La institución está reaccionando al mismo nivel que el síntoma o solución de la adicción en este caso.

El sujeto adicto intenta alcanzar el objeto de la pulsión con una droga para obtener un nivel ideal de placer o goce. La institución intenta atar a un sujeto que ha ido a la deriva, poniendo la ley y el objeto en el mismo lugar. Ese intento es exactamente lo mismo que tratar de unir el ego ideal con el objeto. Por ejemplo, el fragmento clínico ilustra que todo tiene que encajar en las expectativas, ideales y reglas de la institución. Cuando algo perturba el equilibrio de la institución, cuando sucede algo que transgrede sus reglas, ideales y expectativas, se rompe la unidad (el terapeuta estaba a punto de disolver el grupo porque ya no funcionaba). La expulsión del hombre fue un intento de reunir al grupo; una ofrenda sacrificial al ideal, para reunir al grupo. La unificación del ideal y el objeto (en una institución) crea una hipnosis institucional.

Para darle una oportunidad a los adictos, es absolutamente esencial que, desde las etapas iniciales de la intervención, se les dé la oportunidad de explorar su relación subjetiva al goce. Las instituciones tienen que conducir una clínica que incluya al sujeto y no sólo enfocarse en la adicción. Por lo tanto, es esencial que el objeto y el ideal se mantengan lo más alejados posible unos de otros. Un centro de tratamiento para las adicciones debe crear un espacio entre el objeto y el ideal. Esa es la definición exacta de un espacio terapéutico en un centro de tratamiento. Sólo este tipo de espacio deja espacio para una confrontación entre el sujeto y la falta o el deseo del Otro. Las instituciones deben funcionar como el Otro en falta. Pero si funcionan como padre autoritario o madre cuidadora (o viceversa), es decir, si funcionan sin la falta, han convertido sus ideales en objetos de deseo.

Cualquier institución o centro de tratamiento funciona, en mayor o menor medida, sobre la base de elementos del discurso del amo. Ningún centro o institución puede funcionar sin ideales, sin un significante que los una. Sin embargo, en el caso de un centro de tratamiento para la adicción, es crucial que la ley, que representa estos elementos o ideales, no sea una ley cruel. Una ley cruel es una ley que obliga al ideal a actuar sobre el sujeto. Esto implica una ley que exige que el sujeto disfrute de manera perversa. Instalar una ley que no sea cruel no es fácil. La cultura de consumo de hoy en día ha logrado muy bien reunir la ley y el objeto en una unidad cruel. Nuestras instituciones representan esa cultura. Por eso es absolutamente imperativo que se hagan excepciones a esas unidades y dentro de ellas. El problema es que mientras nuestra cultura hace cumplir la ley del goce, tiene una gran necesidad de fuertes prohibiciones al mismo tiempo y esto precisamente para reducir el "demasiado" del goce. Una de las prohibiciones más fuertes es la que hace de la ley misma un objeto de disfrute. Muy a menudo esto caracteriza la ideología y los métodos de tratamiento de la adicción. Como se ha afirmado anteriormente, una desintoxicación de drogas es relativamente fácil a través de una reintoxificación con la ley. Esto se llama hipnosis colectiva.

"Los adictos son víctimas". Esta es una declaración que uno escucha a menudo. No es el tipo de afirmación que encaja bien con la ética del psicoanálisis. Sin embargo, si uno acepta que los adictos son víctimas, también lo son las instituciones que se ocupan de la adicción. Estas instituciones tienen la tarea imposible de casar el ideal de la sociedad de consumo -disfrutar tanto como sea posible- con la instalación de una ley, porque se necesita una prohibición muy fuerte para poner fin al goce evocado. ¿Cómo se puede traducir esto en la realidad diaria del tratamiento de la adicción? ¡Haz lo que yo hago!"¡Siga el programa!""¡Olvida el pasado!""¡Cumple tus necesidades!""¡Entra en contacto con tus emociones y mejorarás!". 'Olvídate del pasado' es algo que se escucha mucho en el mundo del tratamiento de la adicción. Esto es muy interesante porque el único aspecto a-histórico del tema es precisamente el goce. Este imperativo del tratamiento de la adicción indica una opción para el goce y no una opción para crear una distancia del goce a través de una simbolización del pasado. El imperativo de 'estar en contacto con tus sentimientos' es un ejemplo clásico del orden imposible y cruel del disfrute. Los centros de tratamiento y las instituciones han aceptado la tarea imposible de unir la ley con el objeto del goce porque es un intento de prevenir las consecuencias desastrosas del ideal de la sociedad de consumo. La imposibilidad de esta tarea es tan frustrante que a menudo resulta en un comportamiento agresivo (como ocurrió en el fragmento clínico).

De manera general se puede decir que los adictos están dominados por un superego maternal que ordena que disfruten fuera de la función fálica o de la ley simbólica. La adicción es, como ya señaló Freud, una forma de pacificar el superego. Pero el superego es (no es sorpresa) egoísta. Cuanto más se promete, más quiere del sujeto. Este fue el descubrimiento original de Freud en El Malestar en la Cultura. La adicción nunca puede ser una solución para este malestar. Considerada desde el punto de vista de su relación con la cultura, la adicción se centra siempre en una dinámica imposible entre dos soluciones que se excluyen mutuamente. Es un intento de disfrutar como lo ordena el superego perverso, y es un intento de destruir este superego ahogándolo en un mar de toxicidad. La cultura de la heroína refleja esta dinámica imposible. Los grupos de heroinómanos suelen formar una subcultura en reacción a una cultura dominante que obliga a la gente a disfrutar de la forma en que la cultura quiere. El efecto de la heroína y el efecto de la cultura de la heroína ofuscan y destruyen, por su propia acción, el efecto de dominio de la cultura. Los adictos a la heroína instalan (a su manera particular) un ideal y este ideal es el espejo exacto del ideal de la cultura dominante. (Es importante recordar al lector en esta etapa que de lo que se habla es de la adicción como vínculo social. Uno no debe perder de vista el hecho de que detrás de la uniformidad manifiesta de la adicción uno encuentra las complejidades del sujeto y abordarlas debe ser el objetivo final en el tratamiento) La sociedad está en pie de guerra contra esta cultura alternativa. La guerra contra las drogas es un intento desesperado de inventar una función de padre fallido como una salida del evidente impasse. Es sobre todo en el contexto de este intento desesperado que el psicoanálisis debe asumir la responsabilidad. Tanto la sociedad como los adictos tienen que allanar el camino hacia el deseo. Esto implica la necesidad de un pacto simbólico, no el mandato de disfrutar.

Se puede hacer una intervención de tal manera que lleve a la posibilidad de un interrogatorio de la administración del goce por el sujeto. Esto requiere que en la 'sala de intervención' se cree una sala entre el ideal (o la ley) y el objeto. Otro requisito es que los terapeutas (y otros médicos clínicos) estén preparados para el hecho de que la solución que ofrecen no es 100% infalible. Si uno exige a sus clientes que sean engañados, uno tiene que permitir engañarse a sí mismo. No todos los adictos se recuperarán. Eso es un hecho. Y cualquiera que no acepte ese hecho no debería permitirse estar cerca de un adicto.

Sin embargo, una vez que uno está preparado para ser engañado, todavía queda una pregunta crucial por responder: ¿cuándo interviene uno para pasar más eficazmente de los efectos específicos de las drogas y el alcohol a la causa de la adicción a través del medio de la articulación? Una intervención debe comenzar con el punto inicial de transferencia, es decir, la demanda del sujeto de la adicción, que es una demanda que se relaciona con la posición subjetiva del sujeto o que será particular a la misma. ¿Por qué hay que empezar por ahí? Los efectos específicos de las drogas (también los que conducen a la adicción) son determinados por el 'conocimiento en lo real' inconsciente, pero estos efectos son filtrados y co-determinados por la estructura subjetiva del sujeto (su posición). Dicho de otro modo: las únicas restricciones a los efectos de las variaciones del "conocimiento en lo real" inconsciente  (que también provocan variaciones en los efectos de las drogas y el alcohol) son los límites establecidos por la estructura subjetiva del sujeto. Esto implica que el límite de las variaciones en las formas de tratar el goce es fijado por los diferentes mecanismos de administración. Por lo tanto, es posible decir lo siguiente: los efectos de las drogas y el alcohol dependen del "conocimiento en lo real" inconsciente, pero son moldeados y restringidos por la estructura del sujeto a través del mecanismo de administración. Hay que empezar una intervención con la demanda, porque ese es el punto donde algo de la verdadera causa de la adicción reverbera en el lenguaje; ese es el punto donde el 'conocimiento en lo real' inconsciente se hace sentir lingüísticamente, aunque en términos extremadamente velados. La demanda, también en forma de queja o acusación, es la traducción de lo real al lenguaje del paciente a través del código del mecanismo de administración. El lenguaje de los pacientes adictos suele ser defensivo porque traducir lo real es extremadamente doloroso. Esto requiere un largo proceso de trabajo en las causas de la adicción: (1) la causa de la constitución del sujeto en un lenguaje que instala una carencia que el sujeto de la adicción quiere deshacer, y (2) el 'conocimiento en lo real' inconsciente como efecto del corte del significante en lo real que causa efectos específicos del sujeto de las drogas y el alcohol que pueden 'enganchar' al sujeto. Es en la interacción entre estas dos causas simbólicamente determinadas que la adicción encuentra su causa. Por ejemplo, no basta con decir que a los adictos no les falta nada. La compleja interacción de causas es una de las razones por las que la adicción es una patología tan compleja y por las que es difícil de tratar.

El tratamiento del sujeto de la adicción implica un movimiento terapéutico a partir de la demanda de establecer un cambio en el "conocimiento en lo real" inconsciente con la esperanza de un cambio en el futuro en cuanto a los efectos de las drogas y los efectos de la vida. Decir que el tratamiento debe partir del lenguaje de la demanda es coherente con la hipótesis planteada de que la adicción se determina simbólicamente. Las verdaderas complicaciones surgen del problema que, a pesar de la única fuente de determinación (el orden simbólico o el significante), siempre hay al menos dos causas.

Por último, si el tratamiento debe comenzar con la demanda, ¿entonces qué se requiere para crear una demanda en los adictos para la terapia o el análisis? La respuesta es simple: todo y cualquier cosa que funcione. Y está claro que es lo que funciona y lo que no funciona. Lo que funciona es el señuelo de un ideal. Lo que funciona es cualquier cosa que encarne la esencia de la adicción. Lo que funciona es el real científico de la metadona. Lo que funciona es la identificación imaginaria de grupos terapéuticos y de autoayuda. Lo que funciona es la posición simbólica del amo. ¿Es justificado o ético usar ese señuelo? La respuesta tiene que ser que sí. Estas son las únicas herramientas disponibles a menos que, por supuesto, uno esté preparado para encarcelar a los adictos o para internarlos en un hospital. Desafortunadamente, hay demasiada gente alrededor que estaría dispuesta a hacer precisamente eso. Atraer a los adictos es justificado y ético sobre la base de una distinción que hay que hacer. Hay que separar la posición del agente provocador de la forma en que el agente va a funcionar. El agente nunca debe funcionar como señuelo o ideal. Hacer esta distinción es perfectamente coherente con la ética del análisis: es el señuelo de una promesa que lleva al analista a un analizante y es la función (como objeto de transferencia) la que crea la posibilidad de un análisis. Esto es perfectamente aplicable al tratamiento de los adictos. Todo encuentro inicial con la adicción es un encuentro que involucra elementos simbólicos (especialmente, por ejemplo, programas de intercambio de metadona, pero también médicos, familiares, trabajo, etc.) y que deja espacio para una salida simbólica. A menudo esa habitación es pequeña, pero es cuestión de saber que existe y de aprovechar el momento (carpe momentum) y actuar con palabras.

Para la mayoría de los adictos crónicos, la identificación imaginaria de una comunidad terapéutica podría ser el único comienzo viable de una recuperación. Hay varias comunidades terapéuticas que incorporan una ética lacaniana en su forma de trabajar (por ejemplo, Enaden en Bélgica y Communauté Zéro en Italia). Sin embargo, muchas de las comunidades terapéuticas que tratan a los adictos se basan en una reacción moral al problema de la adicción. La mayoría de estos tipos de tratamiento se originan en Norteamérica (Synanon y Day top) y unen la ley con el objeto de una manera que no deja espacio para el sujeto. Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos también se originaron en los EE. UU., pero no provienen de una tradición moral y no son un instrumento o instalación terapéutica. También existe una tradición europea en las comunidades terapéuticas. Maxwell Jones es el padre de lo que se llama la Comunidad Terapéutica Democrática. Comenzó una comunidad en Northfield Hospital durante la Segunda Guerra Mundial. Tenía formación analítica pero no consideraba que las ideas analíticas fueran importantes para su trabajo terapéutico en las comunidades. Harold Bridger se formó analíticamente en la Clínica Tavistock de Londres. Bridger se inclinaba a incorporar ideas psicoanalíticas en su forma de trabajar con los pacientes en las comunidades. También trabajó con grupos en el Northfield Hospital y se convirtió en un socio cercano de Wilfred Bion. Estas comunidades terapéuticas europeas tienen sus raíces en el pensamiento psicoanalítico. La intervención terapéutica de este tipo de comunidades incluye al sujeto. Sin embargo, esto no se hace explícito porque la tradición psicoanalítica inglesa nunca desarrolló una teoría del sujeto. Pero eso no significa ciertamente que no haya cabida para la voz del sujeto. Es precisamente la idea de un "espacio de transición" en la comunidad terapéutica lo que deja espacio al sujeto. El espacio de transición es un concepto que se relaciona con el objeto de transición de Winnicott. Este objeto tiene una función para el sujeto en el encuentro con el Otro. El espacio de transición es un espacio que deja espacio al sujeto en la comunidad terapéutica para tal encuentro con el Otro.

La dirección del tratamiento de los adictos es una cuestión de gestionar la transferencia de tal manera que a través del discurso dentro de la transferencia los efectos particulares de las drogas y el alcohol sobre el sujeto puedan ser influenciados a través de un efecto sobre el "conocimiento en lo real". El terapeuta crea la posibilidad de trabajo analítico del sujeto. En otras palabras, la función universal del terapeuta/analista crea la posibilidad para la producción de lo muy particular en el sujeto. Sin embargo, el análisis clásico a menudo no es una opción viable en el tratamiento de la adicción. Esto no significa que los adictos no puedan "recuperarse" a través de un análisis. Es posible cuando el analista es capaz de reemplazar la droga o el alcohol como objeto de transferencia. Esto no es posible en todos los casos, y como se ha indicado antes, en los casos crónicos es incluso extremadamente improbable. En ese caso, todo está permitido, siempre que la intervención contenga la apertura de una ética psicoanalítica.

Rik Loose


Traducción: Mario Manjarrez