Ontología y diferencia sexual
Alenka Zupančič
Incluso sugerir una discusión de la diferencia sexual como una
cuestión ontológica podría inducir -no sin justificación- una fuerte renuencia
de ambos lados, de la filosofía (el guardián tradicional de las cuestiones
ontológicas) y de los estudios de género. Estos dos "lados", si
podemos llamarlos así, comparten al menos una razón de esta renuencia,
relacionada de alguna manera con el hecho de que la discusión no resultaría en nada nuevo. Las ontologías tradicionales y las cosmologías tradicionales
dependían fuertemente de la diferencia sexual, tomándola como su principio
fundacional o estructurador. Ying-yang, fuego-agua, tierra-sol, materia-forma,
activo-pasivo, este tipo de oposición (a menudo explícitamente sexualizada) se
utilizó como principio organizador de estas ontologías y/o cosmologías, así
como de las ciencias -astronomía, por ejemplo- basadas en ellas. Y así es como
Lacan pudo decir: "la ciencia primitiva es una especie de técnica
sexual". En algún momento de la historia, generalmente asociado a la revolución
galilea en la ciencia y sus secuelas, tanto la ciencia como la filosofía
rompieron con esta tradición. Y si hay una forma sencilla y más general de
decir lo que caracteriza a la ciencia y a la filosofía modernas, podría ser
expresada precisamente en términos de la "desexualización" de la
realidad, de abandonar la diferencia sexual, en forma más o menos explícita,
como principio organizador de la realidad, aportando coherencia e
inteligibilidad a esta última.
Las razones por las cuales el feminismo y los estudios de género
encuentran estas ontologizaciones de la diferencia sexual altamente
problemáticas son obvias. Fortificada a nivel ontológico, la diferencia sexual
está fuertemente anclada en el esencialismo: se convierte en un juego combinatorio
de las esencias de masculinidad y feminidad. Tal que, para ponerlo en el
lenguaje contemporáneo de los estudios de género, la producción social de las
normas y sus descripciones posteriores encuentra una división ontológica ya
hecha, lista para esencializar inmediatamente la "masculinidad" y la
"feminidad". Así, la ontología tradicional fue siempre también una
máquina para producir esencias "masculinas" y "femeninas",
o, de forma más precisa, para fundar estas esencias en el ser.
Cuando la ciencia moderna terminó con esta ontología, en su
mayoría también terminó con la ontología tout court. La ciencia (moderna) no es
ontología; no pretende hacer afirmaciones ontológicas ni, desde una perspectiva
crítica de la ciencia, reconoce que las hace. La ciencia hace lo que hace y
deja a los demás la preocupación por los presupuestos (ontológicos) y las
consecuencias (éticas, políticas, etc.) de lo que hace; deja también a los
demás el poner en práctica lo que hace.
Tal vez de forma más sorprende, la filosofía moderna también rompió
en su mayor parte no sólo con la ontología tradicional, sino también con la
ontología tout court. Immanuel Kant es el nombre más asociado a
esta ruptura: si uno no puede tener conocimiento de las cosas en sí mismas, la
clásica cuestión ontológica de ser en cuanto que ser parece perder su base.
Este no es el lugar para discutir qué fue exactamente el gesto kantiano y sus
implicaciones para la filosofía moderna y postmoderna, si simplemente cerró la
puerta detrás de la ontología (y, como algunos argumentan, nos dejó
aprisionados por nuestras propias construcciones discursivas, sin acceso a lo
real) o sentó las bases para una nueva y muy diferente clase de ontología.
En cualquier caso, es un hecho que el debate ontológico, después
de un tiempo considerable de alejamiento del primer plano de la etapa
filosófica (teórica) -y, quizás aún más importante, de no apelar al interés
general-, está ahora haciendo un "retorno" masivo a esta etapa, y es
el motivo de las "nuevas ontologías" idiomáticas. Sin duda, estos son
proyectos filosóficos muy diferentes. Pero es seguro decir que para ninguno de
ellos la diferencia sexual (en cualquier forma) juega ningún papel en sus
consideraciones ontológicas. El ser no tiene nada que ver con la diferencia sexual.
Puesto que estamos debatiendo psicoanálisis y la diferencia
sexual, implicar a Freud y Lacan en la discusión de la dimensión ontológica de
la diferencia sexual, podría verse como el colmo de las posibles rarezas. Parece
ir en contra no sólo de los numerosos y sobresalientes esfuerzos que los
defensores del psicoanálisis han invertido durante décadas en demostrar la
incompatibilidad del psicoanálisis con cualquier tipo de esencialismo sexual; es también contrario a lo que Freud y Lacan pensaban y decían
sobre ontología. En vista de la antedicha desexualización de la realidad
ocurrida con la revolución galilea en la ciencia, el psicoanálisis (al menos en
su vertiente freudiano-lacaniana) está lejos de lamentarse. Su diagnóstico de
la civilización occidental no es uno de los "olvidos de lo sexual", y
no se ve a sí misma como algo que vuelva a enfocar el color sexual del
universo. Por el contrario, se ve a sí misma (y su "objeto") como
estrictamente coextensivo con este movimiento. De ahí las afirmaciones
enfáticas de Lacan como "el sujeto del inconsciente es el sujeto de la
ciencia moderna", o "el psicoanálisis sólo es posible después de la
misma ruptura que inaugura la ciencia moderna". Sin embargo, no estoy
señalando esto para argumentar que el psicoanálisis está mucho menos centrado
en lo sexual de lo que se suele suponer, o para promover la "versión
culturalizada" del psicoanálisis. Más bien, lo sexual en el psicoanálisis
es algo muy diferente del juego combinatorio sensorial, es precisamente algo que
interrumpe a este último y lo hace imposible. Lo que uno necesita ver y captar,
para empezar, es donde desarrolla la verdadera división aquí. El
psicoanálisis es a la vez coextensivo con esta desexualización, en el sentido
de romper con la ontología y la ciencia como técnica sexual o combinatoria
sexual, y absolutamente inflexible cuando se trata de lo sexual como lo
irreducible real (no sustancial). Aquí no hay ninguna contradicción. Como no
hay contradicción en la posición "revisionista" de Jung, que articula
una culturalización total de lo sexual (su transcripción en arquetipos
culturales) pero también mantiene una renuencia a renunciar al principio de
combinatorio ontológico (de dos principios fundamentales). La lección y el
imperativo del psicoanálisis no es, "dediquemos toda nuestra atención a lo
sexual (significado) como horizonte último", sino que es una reducción del
sexo y lo sexual (que, de hecho, siempre ha estado sobrecargado de significados
e interpretaciones) hasta el punto de la inconsistencia ontológica, que como
tal es irreducible.
La afirmación enfática de Lacan de que el psicoanálisis no es una
ontología nueva (una ontología sexual, por ejemplo) no es algo que voy a
cuestionar. Pero la razón para insistir sin embargo en examinar el concepto
psicoanalítico de diferencia sexual en el contexto de la ontología no es
simplemente reafirmar su incompatibilidad o heterogeneidad radical en las
circunstancias de este "retorno" de la ontología. Lo que está en
juego es mucho más elevado, y la relación del psicoanálisis con la filosofía
(como ontología) sigue siendo mucho más interesante e intrincada. Tal vez la
mejor manera de decirlo sería decir que su no-relación, implícita en la
afirmación de que el psicoanálisis no es ontología, es la más íntima. Esperemos
que esta expresión se justifique en lo que sigue.
Uno de los estancamientos conceptuales en el simple hecho de
enfatizar que el género es una construcción enteramente social o cultural es
que permanece dentro de la dicotomía naturaleza/cultura. Judith Butler lo ha
notado muy bien, razón por la cual su proyecto radicaliza esta teoría
vinculándola a la teoría de la performatividad. A diferencia de la
expresividad, que indica una preexistencia e independencia de lo que se
expresa, la performatividad se refiere a acciones que crean, por así decirlo,
las esencias que expresan. Nada aquí preexiste: las prácticas sociosimbólicas
de los diferentes discursos y sus antagonismos crean las mismas
"esencias" o fenómenos que regulan. El tiempo y la dinámica de
repetición que requiere esta creación abren el único margen de libertad (para
cambiar o influir posiblemente en este proceso). Lo que diferencia a este
concepto de la performatividad clásica, lingüística, es precisamente el
elemento del tiempo: no es que el gesto performativo crea inmediatamente una
nueva realidad, es decir, en el acto mismo de ser ejecutado (como la expresión
performativa "declaro abierta esta sesión"); más bien, se refiere a
un proceso en el que las construcciones sociosimbólicas, a través de la
repetición y la reiteración, se están convirtiendo en naturales. Lo que se
conoce como natural es la sedimentación de lo discursivo, y en esta visión la
dialéctica de la naturaleza y la cultura se convierte en la dialéctica interna
de la cultura. La cultura produce y regula (lo que se conoce como) la
naturaleza. Ya no estamos hablando de dos términos: actividad socio simbólica,
y algo sobre lo que se realiza; sino que estamos hablando de algo parecido a
una dialéctica interna del Uno (el discursivo) que no sólo modela las cosas
sino que también crea las cosas que modela, lo que abre una cierta profundidad
de campo. La performatividad es pues una especie de onto-logía de lo
discursivo, responsable tanto del logos como del ser de las cosas.
En gran medida, el psicoanálisis lacaniano parece compatible con
este relato, que a menudo se presenta como tal. La primacía del significante y
del campo del Otro, el lenguaje como constituyente de la realidad y del
inconsciente (incluyendo la dialéctica del deseo), el aspecto creacionista de
lo simbólico y su dialéctica (con nociones como causalidad simbólica,
eficiencia simbólica, materialidad del significante)... A pesar de todas estas
afirmaciones (incuestionables), la posición de Lacan es irreduciblemente diferente
de la ontología performativa anterior. ¿En qué sentido exactamente? ¿Y cuál es
el estado de lo real en que Lacan insiste cuando habla de sexualidad?
No es simplemente que Lacan tenga que tomar en cuenta y dar lugar
a la otra parte "vital" de las nociones psicoanalíticas (tales como
la libido, la pulsión, el cuerpo sexualizado), que se definen como
"real", en contraposición a la pertenencia a lo simbólico. Este tipo de
jerga, y la perspectiva que implica, es muy engañosa, pues Lacan también
empieza con un Uno (no con dos, que trataría de componer y articular juntos en
su teoría). Empieza con el Uno del significante. Pero su punto es que, mientras
este Uno crea su propio espacio y seres que lo pueblan (que corresponde
aproximadamente al espacio de performatividad descrito anteriormente), se le
añade algo más. Podría decirse que este algo es parásito de la productividad
performativa; no es producido por el gesto significante, sino junto con y
"encima de" él. Es inseparable de este gesto, pero, a diferencia de
cómo hablamos de creaciones/seres discursivos, no es creado por él. No es ni
una entidad simbólica ni una constituida por lo simbólico, sino que es
colateral para lo simbólico. Por otra parte, no es un ser: sólo es discernible
como efecto (disruptivo) dentro del campo simbólico, pero no es un efecto de
este campo, un efecto del significante; la aparición del significante no es
reducible a, o agotado por lo simbólico. El significante no sólo produce una
nueva realidad simbólica (incluyendo su propia materialidad, causalidad y
leyes); también "produce" o abre la dimensión que Lacan llama lo Real.
Esto es lo que irremediablemente tiñe lo simbólico, estropea su supuesta
pureza, y explica el hecho de que el juego simbólico de la diferenciación pura
es siempre un juego con dados cargados. Este es el mismo espacio, o dimensión,
que sustenta los fenómenos "vitales" anteriormente mencionados (la
libido o goce, la pulsión, el cuerpo sexualizado) en su desenvoltura con lo
simbólico. Incluso simplemente, también actúa como el desenganche de lo
simbólico. Es aquí donde se sitúa la sexualidad de la que habla el
psicoanálisis. Para Lacan, la sexualidad inconsciente no se relaciona (como es
el caso de Jung) con algunos restos arquetípicos que se quedarían con nosotros
después de la desexualización ("desencanto") del mundo; es la novedad
que acompaña a este desencanto, lo real que sale a la luz con él. No son ni los
restos del combinatorio sexual ni algún aspecto del sexo lo que está totalmente
fuera de cualquier combinatoria. Más bien, es algo que se produce por encima de
cualquier combinación posible (o imposible) -es lo que las operaciones
significantes producen además de lo que producen (sobre el nivel del ser y su
regulación).
La sexualidad (como lo Real) no es un ser que existe más allá de
lo simbólico; "existe" únicamente como la curvatura del espacio
simbólico que se produce por el algo adicional producido con el gesto
significante. Esto, y nada más, es cómo la sexualidad es lo Real. No es -a
través de su experiencia- que el psicoanálisis haya encontrado y establecido la
sexualidad como su último real. Porque esto significaría que el psicoanálisis
pondría la sexualidad, tomada como un hecho irreducible, en el lugar conceptual
de lo real, concebida independientemente. En otras palabras, la sexualidad
correspondería a lo que es lo más real. Sin embargo, lo que está en juego es
algo muy diferente: a partir de las contradicciones inherentes a la sexualidad
-desde su paradójico estado ontológico, que precisamente nos impide tomarla
como cualquier tipo de simple hecho-, el psicoanálisis llegó a articular su
propio concepto de lo Real como algo nuevo. Lo Real no se fundamenta en la
sexualidad; no es que la "sexualidad es (lo) real" en el sentido de
que éste defina la condición ontológica de la primera. Por el contrario, los
descubrimientos psicoanalíticos sobre la naturaleza de la sexualidad (y de su
cómplice, el inconsciente) han llevado al descubrimiento y conceptualización de
un espacio topológico singularmente curvado, al que se le llamó lo Real.
Ese algo producido por el significante, además de lo que produce
como su campo, curva o magnetiza este campo de cierta manera. Es responsable
del hecho de que el campo simbólico, o el campo del Otro, nunca es neutro (o
estructurado por pura diferenciación), sino conflictivo, asimétrico,
"no-todo", cargado de un antagonismo fundamental. En otras palabras,
el antagonismo del campo discursivo no se debe a que este campo esté siempre
"compuesto" de múltiples elementos, o múltiples múltiplos,
compitiendo entre sí y no debidamente unificados; se refiere al espacio mismo
en el que existen estos diversos múltiplos. De la misma manera que para Marx el
"antagonismo de clases" no es simplemente un conflicto entre
diferentes clases, sino el principio mismo de la constitución de la sociedad de
clases, el antagonismo como tal nunca existe simplemente entre partes en
conflicto; es el principio mismo estructurador de este conflicto, y de los
elementos involucrados en él.
El antagonismo conceptualizado por el psicoanálisis no se
relaciona con ningún doble original o múltiple original, sino con el hecho de
que un Uno introducido por el significante es siempre un "Uno más"
-es este plus inasignable que no es ni otro Uno ni nada que causa la asimetría
y división básica del propio campo del Uno. El nombre lacaniano más general, y
al mismo tiempo preciso, para este plus es el goce, definido por su carácter de
excedente. Uno está agrietado por lo que produce encima de lo que produce, -y
esto es precisamente lo que incita a Lacan a llamar fracturado, o
"barrado", a este campo del Uno simbólico: el Otro. El Otro no es el
Otro del Uno; es el nombre lacaniano para el "Uno más", es decir,
para el Otro en el que se incluye este plus y para el cual tiene, por lo tanto,
consecuencias considerables. Por cierto, es también por eso que el Otro al que
Lacan se refiere es ambos: el Otro simbólico (el tesoro de los significantes)
y el Otro del goce, de la sexualidad.
La primera y tal vez más sorprendente consecuencia de esto es que
la sexualidad humana no es sexual simplemente por su inclusión de los órganos
sexuales (u órganos de reproducción). Más bien, el excedente (causado por la
significación) del goce es lo que sexualiza la actividad sexual misma, lo dota
de una inversión excedente (también se podría decir que sexualiza la actividad
de reproducción). Este punto puede parecer paradójico, pero si uno piensa en lo
que distingue la sexualidad humana de, digamos, las sexualidades animales o
vegetales, ¿no es precisamente por el hecho de que la sexualidad humana está
sexualizada en el fuerte significado de la palabra (que también podría ser
puesto en un lema como "el sexo es sexy")? Nunca es "sólo
sexo". O, quizás más precisamente, cuanto más se acerca al "sólo
sexo", más lejos está de cualquier tipo de "animalidad" (los
animales no practican sexo recreativo). Este redoblamiento constituyente de la
sexualidad es lo que la hace no sólo siempre dislocada con respecto a su
propósito reproductivo sino también y sobre todo con respecto a sí misma. En el
momento en que intentamos dar una definición clara de lo que es la actividad
sexual, nos metemos en problemas. Nos metemos en líos porque la sexualidad
humana está cargada de esta paradoja: cuanto más lejos se aparta el sexo del movimiento
copulante "puro" (es decir, cuanto más amplio es el rango de
elementos que incluye en su actividad), más "sexual" puede llegar a
ser. La sexualidad se sexualiza precisamente en este intervalo constituyente
que la separa de sí misma.
Hasta ahora hemos discutido la cuestión de lo Real con respecto a
la noción psicoanalítica de la sexualidad (o de lo sexual) en su peculiar
estatus ontológico. Pero, ¿cómo entra la diferencia sexual en este debate?
¿Cuál es la relación entre la diferencia sexual y la sexualidad a secas? ¿Es
accidental o esencial? ¿Cuál es primero? ¿Es la sexualidad algo que ocurre
porque hay diferencia sexual? La respuesta de Freud es inequívoca y tal vez
sorprendente. En Tres Ensayos sobre la Teoría de la Sexualidad (1905) insiste
en la inexistencia original de cualquier germen de dos sexos (o dos
sexualidades) en la preadolescencia.
La
actividad auto-erótica de las zonas erógenas es, sin embargo, la misma en ambos
sexos, y debido a esta uniformidad no hay posibilidad de distinción entre los
dos sexos tal como surge después de la pubertad... De hecho, si pudiéramos dar
una connotación más definida a los conceptos de "masculino" y
"femenino". sería posible incluso mantener que la libido es
invariablemente necesaria de naturaleza masculina, ya sea que ocurra en hombres
o en mujeres e independientemente de si su objeto es un hombre o una mujer.
En otras palabras, al nivel de la libido no hay dos sexos. Y si
pudiéramos decir exactamente lo que es "masculino" y
"femenino", lo describiríamos como "masculino" -pero no
somos precisamente capaces de hacer esto, como Freud enfatiza aún más en la
nota de pie de página adjunta al pasaje citado.
Así pues, cuando se enfrenta a la cuestión de la diferencia
sexual, la primera respuesta del psicoanálisis es: desde el punto de vista
estrictamente analítico, en realidad sólo hay un sexo o sexualidad. Además, la
sexualidad no es algo que surge de la diferencia (entre sexos); no es impulsada
por el anhelo de nuestra otra mitad perdida, sino que es originalmente
autopropulsada (y "autoerótica"). Freud escribe: "El impulso
sexual es en primera instancia independiente de su objeto; ni tampoco es
probable que su origen se deba a las atracciones de su objeto".
¿Significa esto que la diferencia sexual es única y exclusivamente
una construcción simbólica? Aquí viene la otra sorpresa (no ajena a la
primera, por supuesto) de la postura psicoanalítica: La diferencia sexual
tampoco existe en lo simbólico o, más precisamente, no existe un relato
simbólico de esta diferencia como sexual. "En la psique, no hay nada por
lo que el sujeto pueda situarse como hombre o mujer."
Es decir, aunque la producción de significado de lo que es ser un
"hombre" o una "mujer" es ciertamente simbólica -y masiva-
no equivale a producir diferencia sexual como significante de diferencia. En
otras palabras, la diferencia sexual es un tipo diferente de diferencia; no
sigue la lógica diferencial. Como dice muy concisamente Mladen Dolar:
Hay
una crítica generalizada que apunta a las oposiciones binarias como el lugar de
la sexualidad forzada, su reglamentación, su molde impuesto, su rigor
obligatorio. Por la imposición del código binario de dos sexos estamos sujetos
a la restricción social básica. Pero el problema es quizás más bien lo
contrario: la diferencia sexual plantea el problema de los dos, precisamente
porque no puede ser reducida a la oposición binaria o contabilizada en términos
de los dos números binarios numéricos. No es una diferencia significativa, tal
que define los elementos de la estructura. No se debe describir en términos de
rasgos opuestos, o como una relación de entidades dadas preexistentes de la
diferencia... Se podría decir: los cuerpos se pueden contar, los sexos no. El
sexo presenta un límite al conteo de cuerpos; los corta desde dentro en lugar
de agruparlos bajo encabezamientos comunes.
Y el sexo no funciona como un obstáculo de sentido (y de conteo)
porque se considere moralmente atrevido. Se considera moralmente atrevido
porque es un obstáculo de sentido. Por eso la despenalización moral y legal de
la sexualidad no debe tomar el camino de su naturalización ("lo que
hacemos sexualmente es sólo un comportamiento natural"). Por el contrario,
debemos partir de la afirmación de que nada sobre la sexualidad (humana) es
natural, y menos aún sobre la actividad sexual con el exclusivo objetivo de la
reproducción. No hay "naturaleza sexual" humana (y no hay "ser
sexual"). El problema con la sexualidad no es que sea un remanente de la
naturaleza la que resiste cualquier dominación definida; más bien, no hay
naturaleza ahí; todo comienza con un excedente de significación.
Si volvemos ahora a la cuestión de lo que esto implica en relación
con la ontología en general, y más concretamente con la ontología performativa
de los estudios contemporáneos de género, debemos partir de la siguiente
implicación crucial: Lacan es llevado a establecer una diferencia entre el ser
y lo Real. Lo real no es un ser, o una sustancia, sino su punto muerto. Es
inseparable del ser, pero no es ser. Se podría decir que para el psicoanálisis,
no hay un ser independiente del lenguaje (o discurso), por lo que a menudo
parece compatible con las formas contemporáneas de nominalismo. Todo ser es
simbólico; es ser en el Otro. Pero con una adición crucial, que podría formularse
de la siguiente manera: sólo hay ser en lo simbólico -salvo que hay real-. Hay
real, pero esto real no es un ser. Sin embargo, no es simplemente el exterior
del ser; no es algo más allá del ser, es -como dije antes- la misma curvatura
del espacio del ser. Sólo existe como la contradicción inherente al ser. Precisamente
por eso, para Lacan, lo real es el hueso en la garganta de toda ontología: para
hablar de "ser en cuanto que ser", hay que amputar algo en el ser que
no es ser. Es decir, lo real es aquello que la ontología tradicional tuvo que
cortar para poder hablar del "ser en cuanto que ser", nosotros sólo
llegamos a ser en cuanto que ser restando algo de él, y este algo es
precisamente aquello que, estando incluido en el ser, impide que se constituya
plenamente como ser. Lo real, como ese algo adicional que magnetiza y curva el
espacio (símbólico) del ser, introduce en él otra dinámica, que infecta las
dinámicas de lo simbólico, lo hace "no todo".
Ahora bien, una muy buena forma de acercarse a la relación entre
la sexualidad como tal (su real) y la diferencia sexual es a través de un
extracto de una conferencia de Joan Copjec, en la que hizo la siguiente
observación crucial:
La
categoría psicoanalítica de la diferencia sexual fue desde esta fecha[a
mediados de los años ochenta] considerada sospechosa y abandonada en gran
medida a favor de la categoría neutralizada de género. Sí, neutralizada.
Insisto en esto porque es precisamente el sexo de la diferencia sexual el que
se descartó cuando este término fue reemplazado por género. La teoría de género
llevó a cabo una hazaña importante: eliminó el sexo del sexo. Porque mientras
que los teóricos del género seguían hablando de prácticas sexuales, dejaron de
cuestionar lo que es el sexo o la sexualidad; en resumen, el sexo ya no era
objeto de una indagación ontológica y volvía a ser lo que era en lenguaje
común: algún tipo de distinción vaga, básicamente una característica
secundaria (cuando se aplicaba al sujeto), un calificativo añadido a otros, o
(cuando se aplicaba a un acto) algo un poco atrevido.
Me gustaría utilizar esta cita como trasfondo para que la
siguiente tesis resuene plenamente: es porque la diferencia sexual está
implicada en la sexualidad que no se registra como diferencia simbólica. De
hecho, el psicoanálisis no intenta des-esencializar la diferencia sexual. Lo
que lo des-esencializa más eficientemente (y en lo real) es su implicación en
la sexualidad como se definió anteriormente; es decir, como la ausencia-del-ser
del ser. Y esto es lo que el psicoanálisis saca a relucir e insiste, en
contraposición a las diferencias de género, que son diferencias como cualquier
otra, y que pierden el punto de vista al triunfar demasiado, y al caer en la
trampa de la consistencia ontológica. Puede parecer paradójico, pero las
diferencias como la forma-materia, yin-yang, activo-pasivo... pertenecen a la
misma onto-logía que las diferencias de "género". Incluso cuando
estos últimos abandonan el principio de complementariedad y adoptan el de la
multiplicidad de género, no afectan en modo alguno la condición ontológica de
las entidades denominadas género. Se dice que lo son, o que existen,
enfáticamente. (Este "enfáticamente" parece aumentar con los números:
Uno suele ser tímido en afirmar la existencia de dos géneros, pero al pasar a
la multitud esta timidez desaparece, y su existencia se afirma firmemente). Si
la diferencia sexual se considera en términos de género, se hace -al menos en
principio- compatible con los mecanismos de su ontologización. Lo que nos
devuelve al punto anterior, y al que ahora podemos añadir un punto
suplementario: la des-sexualización de la ontología (que ya no se concibe como
un combinatorio de dos principios "masculino" y "femenino")
coincide con la aparición sexual como el punto real/disruptivo del ser. Y
quitar lo sexual (como algo que no tiene consecuencias a nivel ontológico)
vuelve a abrir el camino del simbolismo ontológico de la diferencia sexual.
Por eso, si uno "quita el sexo del sexo", elimina lo que
ha sacado a la luz el carácter problemático y singular de la diferencia sexual
en primer lugar. Uno no elimina el problema, sino los medios de verlo y de eventualmente abordarlo.
El hecho de que la "diferencia sexual" no sea una
diferencia diferencial (lo que podría explicar por qué Lacan nunca usa el
término "diferencia sexual") puede explicar por qué las famosas
fórmulas de sexuación de Lacan no son diferenciales en ningún sentido común: no
implican una diferencia entre dos clases de ser (es) -no hay contradicción
(antagonismo) que exista entre las posiciones M y F. Al contrario, la
contradicción o el antagonismo es lo que ambas posiciones tienen en común. Es
lo que comparten, lo que los une. Es precisamente el punto que justifica hablar
de "hombres" y "mujeres" bajo el mismo título. Dicho de
manera sucinta, lo indivisible que los une, su igualdad irreducible, no es la
del ser, sino la de la contradicción o la falta de ser. Esto es también lo que
significa que "no hay relación sexual": No significa, como dice el título
popular, que "los hombres son de Marte y las mujeres de Venus", y
como tal nunca puede formar una pareja armónica. No es algo que pretenda
explicar la guerra entre sexos, "la guerra de las Rosas", la supuesta
incompatibilidad de los sexos. Porque estas explicaciones están siempre llenas
de afirmaciones sobre lo que es "femenino" y lo que es
"masculino" -algo de lo que el psicoanálisis niega todo conocimiento,
como ya hemos visto. La afirmación psicoanalítica es al mismo tiempo mucho más
modesta y radical: los sexos no son dos de ninguna manera significativa. La
sexualidad no se divide en dos partes; ni constituye una sola. Está atascada
entre "no es más de uno" y "no es todavía dos (o más)";
gira en torno al hecho de que "el otro sexo no existe" (que quiere
decir que la diferencia no es ontologizable), pero hay más de uno (que también
es decir, "más que múltiples unos").
El psicoanálisis no es la ciencia de la sexualidad. No nos dice lo
que realmente es el sexo; nos dice que no hay un "realmente" del
sexo. Pero esta inexistencia no es lo mismo que, por ejemplo, la inexistencia
del unicornio. Es una inexistencia en lo real que, paradójicamente, deja
huellas en lo real. Es un vacío que se registra en lo real. Es una nada, o
negatividad, con consecuencias.
Lo que nos lleva a la lógica implícita en el siguiente chiste:
Un tipo entra en un restaurante y le dice al camarero: "Café
sin crema, por favor" El camarero responde: "Lo siento, señor, pero
no tenemos crema. ¿Podría ser sin leche?"
La sexualidad es aquella crema cuyo no-ser no la reduce a nada. Es
una nada que camina alrededor y causa problemas. La lección fundamental del
psicoanálisis es precisamente la del chiste de arriba: si el psicoanálisis no
puede "servirnos" para nada sin sexualidad, es porque no hay sexualidad
que pueda servirnos. Y es precisamente este "no hay", ese no-ser que
tiene sin embargo consecuencias reales, lo que se pierde en la traducción cuando
pasamos del sexo al género.
Traducción: Mario Manjarrez